Quintana Roo es exactamente lo que uno esperaría que sucediera si uno permitiera que todo mundo hiciera lo que quisiera en un lugar con una fuerte entrada de capital extranjero. Aquí el orden no lo pone el Estado, mucho menos el gobierno local, el dinero es el único rey. Las consecuencias de esto son también de esperarse, una voracidad rapaz, abuso, y la destrucción de una zona alguna vez paradisíaca. A Quintana Roo lo gobiernan las mafias del turismo y ni este gobierno estatal ni ninguno de sus antecesores ha hecho nada para cambiar esta situación. La sensación que se queda el turista es la de frustración, enojo y desagrado. Para un estado que vive del turismo esto debiera ser alarmante. No lo es, porque la viabilidad a largo plazo no interesa, el negocio de hoy es lo único que importa.
La distopía empieza al llegar al aeropuerto de Cancún donde cientos de operadores turísticos se lanzan contra el turista internacional como si fuera un mercado. No hay orden ni reglas y el turista sale confundido y abrumado. Lo que sigue es aún peor, la mafia de los taxis en Quintana Roo es una de las más rapaces. Cobran precios exorbitantes sin ningún control, y son tan agresivas y poderosas que han impedido que haya competencia. No es que Uber sea la panacea, pero los precios de aquí son tan abusivos que cualquier competencia verdadera sería una revolución. Pero no, a quién rompa sus reglas lo amedrentan y golpean, ellos son la ley y las autoridades cómplices.
Llegar al nuevo aeropuerto de Tulum supondría una opción viable; poder tomar el tren en lugar de gastar en los abusivos precios de los taxistas. El problema del Tren Maya es su falta de conectividad y lo poco práctico que resulta su uso. Cuando aterriza mi vuelo en Tulum, nadie sabe nada sobre el tren. Resulta que la estación está ¡a más de un kilómetro de distancia! Y me informan que los autobuses ADO que normalmente te llevan “ya se fueron a su casa porque acaban su horario a las 5”, aunque mi tren sale a las 7:40. Ningún taxi va a la estación, pero un taxista se ofrece a trasladarme ese kilómetro por $800 pesos.
Esto es algo recurrente en todo el trayecto del tren. En Puerto Morelos, el único transporte es un camión, pero el conductor está tomando una siesta y no hay manera de despertarlo. En la estación de Tulum Centro, el único transporte es un camión mitad deshecho y evidentemente improvisado. “No hay horario, salimos cuando creemos que ya hay suficiente gente.” -me dice el chofer. Soy partidario de los trenes y su enorme potencial, pero sin conectividad y seriedad es difícil que alcancen su potencial.
Pero los problemas del tren son nimiedades comparadas con el desastre general que es Quintana Roo. Aquí sí ha habido un ecocidio y nadie hace nada. Los hoteles han privatizado las playas, y la construcción inmobiliaria está descontrolada en toda la región. Tulum es un lodazal, todas las calles destruidas y sin ningún mantenimiento. La cúspide de esto es la famosa carretera “Boca-Paila” la calle más elegante de la zona, aquí las ruinas se extienden más allá de las pirámides, esta calle de restaurantes y hoteles “de lujo” está lista para que el INAH tome su control. Me retracto de lo que acabo de decir: en todos los sitios arqueológicos de Quintana Roo prevalece la misma lógica rapaz de mercado del aeropuerto. En lugar de preservar estos sitios históricos las autoridades han permitido que se vuelvan un mercado andante. En la carretera “Boca-Paila” no caben los coches, ¿por qué no volverla una calle peatonal, con ciclovía y transporte público eléctrico?
Dentro de todas estas atrocidades quizás la más absurda de todas es la más reciente. Cuando el presidente López Obrador anunció la creación del Parque el Jaguar, parecía una gran idea, un Chapultepec en medio de Tulum donde se preservara la naturaleza, se detuviera a los desmedidos desarrolladores y la gente pudiera acceder a la playa pública. Lo que han hecho las fuerzas armadas con ese proyecto es verdaderamente atroz y en muchos sentidos ridículo. Primero han decidido cobrar por entrar al parque ($195 pesos), pero aunado a este abuso viene el absurdo; las pirámides, el nuevo museo y la playa están dentro del parque, y la última ocurrencia de estas autoridades es cobrar tres veces. Es decir, pagas un boleto y haces fila para entrar ¡a un parque público! Una vez en el parque, tienes que comprar un segundo boleto ($95 pesos) y hacer una segunda fila para entrar a las pirámides, y cuando quede terminado el museo, habrá un tercer cobro.
El gobierno federal de Claudia Sheinbaum tiene una política de crear un Estado de Bienestar, pero sus representantes en Quintana Roo han privatizado la playa, cerrado un parque público y hecho de la experiencia de visitar Tulum una de las pesadillas turísticas más perversas del país. Los locales no pueden acceder a las playas ni a los comercios que se encuentran adentro y el ejército vigila todo esto como si se tratara de una planta nuclear.
En el fondo, da la impresión de que más que una política perversa, lo que sucede en el Parque el Jaguar es el producto de la incompetencia y la improvisación, el encargo les ha quedado grande. Esto es una tristeza mayúscula, el Museo de la Costa Oriental en Tulum es un verdadero portento, con una arquitectura sublime y una excelente museografía, este Museo y todo el parque tendrían que ser el punto donde inicie la reapropiación de Quintana Roo por sus habitantes; en lugar de eso se ha vuelto un lugar más para abusar de los locales, extranjeros y quién tenga la desgracia de pararse ahí.
@emiliolezama