Es difícil pensar con claridad en el ambiente político que se ha construido en México y buena parte del mundo. Se ha instituido una polarización creciente en la población. La izquierda y la derecha se han sumergido en un debate emocional y cada vez más radical que no permite analizar adecuadamente las realidades que enfrentamos.
La terrible situación de Venezuela ha tenido muchas consecuencias negativas en la región. Una de ellas es la circulación de una narrativa simplona y burda de que cualquier proyecto de izquierda implicará convertirse en Venezuela. Las élites venezolanas de Miami han querido pregonar esta tesis por toda América Latina, como si el continente fuera una gran Venezuela y todos los políticos de izquierda fueran Maduro.
No solo no quieren ver que cada país tiene condiciones únicas, sino que se les olvida la gran responsabilidad que tienen en la situación trágica de su país. El elitismo y desprecio constante por los desfavorecidos y por su propio país condujeron en gran medida a la legitimación del gobierno de Chávez; un fenómeno que sí se ha replicado entre las élites en otras partes de AL.
Detrás del discurso venezolano hay una agenda política de derecha que logra transmitirse con mucha facilidad a las otras élites latinoamericanas de Miami; los mexicanos, colombianos y ecuatorianos que escuchan con espanto cómo sus países se convertirán muy pronto en Venezuela.
Las élites mexicanas están indignadas, repiten una y otra vez el discurso de Venezuela, y claman que estamos peor que nunca. Las mismas élites que estaban felices con el desatamiento de la violencia y la impunidad que ocurrieron bajo Calderón, las mismas élites que estaban tranquilas bajo la corrupción más cínica de Peña Nieto, ahora creen vivir en el peor de los méxicos posibles. ¿Es peor el gobierno de AMLO que el de Calderón y el de Peña? En los hechos no lo veo así. México no es Venezuela ni se está convirtiendo en ella.
Sin duda, para muchos votantes de izquierda, AMLO ha representado una gran decepción, no tanto una cuarta transformación sino una cuarta oportunidad histórica perdida. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante es cómo ha usado el poder presidencial para atacar, agredir y desmantelar a todo lo que no le brinde su apoyo incondicional. El problema de AMLO no es que su gestión sea la peor de la historia, sino que ha construido una narrativa beligerante y obstinada, y que cada vez crece su tendencia autoritaria.
En los últimos meses esa tendencia se ha agravado, ha tenido confrontaciones directas con prácticamente todas las instituciones de contrapeso que existen en el país y ha extendido el poder del ejército como nunca en la historia reciente de México. Se puede estar en acuerdo o desacuerdo con sus políticas públicas, pero el creciente acaparamiento del poder por parte del ejecutivo empieza a ser preocupante.
Ante ello, surge la pregunta ¿por quién votar? Lo natural es buscar generar más contrapesos al poder ejecutivo. Sin embargo, votar por el PRI que nos dio a Peña Nieto o por el PAN de Calderón es legitimar a los mayores responsables de la situación actual del país.
Movimiento Ciudadano busca aprovechar este dilema, sin embargo su plataforma es ambigua. El partido que busca plantearse como socialdemócrata está enarbolando al prototipo del establishment clasista y misógino en Nuevo León. El heredero del PSD y Alternativa Socialdemócrata, es por mucho el más decepcionante del linaje, Dante Delgado está a años de luz de ser Rincón Gallardo, y es difícil encontrar alguien en sus filas con la lucidez de Patricia Mercado. Aún así, podría ser el mal menor en esta contienda.
Ante ello, se reitera la pregunta ¿por quién votar? La respuesta es casi imposible pero necesaria. Jorge Volpi lo plantea así: “¿podemos elegir entre quienes ya condujeron a México al abismo y quien, tras prometer el cambio, se obstina en traicionar una y otra vez la agenda que lo llevó al poder?” Quizás no podamos elegir, pero deberemos hacerlo. Quizás una vez más tendremos que irnos por el menor de los males.