En México ya estamos acostumbrados a que toda crisis se resuelve con un gran evento protocolario llamando a un pacto por la unidad o generando una nueva secretaría. Por lo menos así era antes de la llegada de López Obrador. Podemos recordar por ejemplo aquel famoso “Pacto por México” de Enrique Peña Nieto, un pacto tan vago como intrascendente, un gesto comunicacional que, muy al estilo del PRI, carecía de cualquier tipo de contenido.

Los pactos y acuerdos eran una oportunidad de foto y un pequeño alivio mediático, como el que generó la famosa Secretaría de la Función Pública con la que Virgilio Andrade iba a supuestamente investigar a su jefe, Enrique Peña Nieto. Por su parte, López Obrador no creía en los consensos ni en la necesidad de negociar con otros actores ni poderes, por eso su sexenio careció de estos grandes eventos. En lugar de ello, se estableció una vía unilateral de toma de decisiones, donde él asumió el rol de legitimador social de sus propias causas.

En ese sentido el Plan México regresa a la forma de la política tradicional mexicana. Por un lado, esto es positivo pues reconoce la necesidad del diálogo y las alianzas para poder gobernar, pero por otro supone el riesgo de caer en la tentación del espectáculo mediático sin fondo. Por eso vale la pena preguntar ¿hay algo que diferencie a este “Plan México” de todos sus antecesores?

La respuesta corta es que al menos en el discurso sí lo hay. El discurso de la presidenta Claudia Sheinbaum representa una transformación muy importante en cómo se vislumbra al país desde el poder. Claudia Sheinbaum habla de México como una posible potencia y canaliza esta posibilidad a través del desarrollo tecnológico del país. Esto ha pasado desapercibido para muchos, la discusión pública en México goza mucho más del debate sobre lo “político” que sobre lo técnico y por ello este discurso ha sido ignorado o incluso ridiculizado. Sin embargo, el discurso cambia los ejes de cómo se habla sobre el país y esto puede tener repercusiones muy positivas para un país tan acostumbrado al derrotismo.

Existe esta noción en México de que somos un país pobre que solo debe usar sus recursos para temas de salud, educación y seguridad. Por ello, las propuestas de la construcción del primer carro eléctrico mexicano y de una misión al espacio han sido ridiculizadas por muchos comunicadores que no creen que México deba tener este tipo de ambiciones. Y sin embargo, en esto la presidenta y no sus críticos tienen la razón. Si México no ha tenido una política seria de desarrollo tecnológico y una visión ambiciosa de su rol en el mundo es por omisión de sus antecesores, no por una falta de entendimiento de la actual presidenta.

La única manera de lograr los objetivos de país que tenemos es generando más riqueza y la mejor forma de hacerlo hoy en día es desarrollando industrias tecnológicas. En los próximos veinte años, el rezago más infranqueable de todos será el tecnológico y si México no empieza a apostar ahora a convertirse en un actor global en este sentido, las consecuencias serán difíciles de franquear en el futuro.

Es en ese sentido que el Plan México es tan distinto a lo que ya tantas veces hemos escuchado y visto en la política nacional. Una presidenta que entiende la necesidad de desarrollar nuestra industria tecnológica y no tiene miedo a ponerlo sobre la mesa a pesar de que sus críticos se burlen de ella. Quizás en lugar de minimizar su visión habría que celebrar la audacia, la capacidad de ver más allá de nuestras rencillas coyunturales y cotidianas.

Lo más fácil para la presidenta sería seguir el discurso de la politiquería, esa que gusta tanto a muchos analistas, pero en lugar de ello ha planteado algo que ha sacado de la zona de confort incluso a la cúpula empresarial: México como una potencia tecnológica. Lo más importante ahora será ver si este plan va en serio. El problema de buscar competir en lo tecnológico, es que la tecnología no da tregua a lo mal hecho. Si México va a desarrollar una industria, lo tiene que hacer con todo el profesionalismo y atención a los detalles que merece. Se necesitan expertos en todos los campos, se necesita hacer las cosas bien. Tenemos la capacidad para hacerlo, ojalá y haya la voluntad.

Analista político

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