A mediados del siglo XIX las economías de México y Estados Unidos no eran tan distintas. Pero algo más sucedió a finales del siglo XIX que marcó el ascenso de EUA en el mundo. Durante las últimas décadas del XIX y principios del XX empezaron a suceder en Estados Unidos una cantidad inusitada de inventos tecnológicos y nuevas patentes. Tesla, Alva Edison y muchos otros inventores se volvieron pioneros de la revolución industrial que estaba sucediendo en ese momento en los países más ricos del mundo. El desarrollo de nuevas tecnologías y patentes genera un desarrollo económico sin precedentes en nuestro vecino del norte. Lo que logra un invento tecnológico es crear productividad donde no la había antes. El modelo económico de Estados Unidos está basado en este principio, en crear, a través del desarrollo tecnológico y de patentes, nueva riqueza y nueva productividad.

Durante años las escuelas económicas de élite en Estados Unidos enseñaron a sus alumnos latinoamericanos que no tenía sentido que sus países intentaran desarrollar su propia tecnología. Según esta visión, las cadenas de producción de la globalización permitían que cada país se especializara en una serie de productos específicos y lograra venderlos y obtener a cambio otro tipo de productos. Bajo este esquema, países como México no tenían por qué desarrollar jamás una industria tecnológica o científica, pues podían contar con que países como Estados Unidos se las vendieran a cambio de los aguacates que cosecharía y las autopartes que construiría nuestro país.

Todo esto resultó falso. Si un país no es capaz de crear su propia ciencia y tecnología, no tiene los elementos para competir con las potencias. Como en todo, entre más cerca estés del final de una cadena de producción y del consumidor final, los dividendos son mayores. México no desarrolla tecnología propia (que es lo más valioso) y la riqueza que obtiene por la tecnología que desarrolla es mucho menor que la de los países de donde son las marcas que venden el producto final. Son esos países los que tienen los conocimientos tecnológicos avanzados que permiten desarrollar nuevas ideas y productos y son ellos los que se quedan los dividendos.

Por eso la gran mayoría de países en vías de desarrollo que están logrando convertirse en potencia lo hacen basados en un modelo de desarrollo tecnológico y científico propio. Este fue el caso de Corea del Sur, que a mediados del siglo pasado era un país más pobre que México en su PIB per cápita y que hoy duplica a nuestro país. Corea del Sur desarrolló su propia tecnología de productos electrónicos que hoy dominan el mundo. Es lo mismo que está haciendo China con trenes, puertos, electrónicos y prácticamente cualquier campo tecnológico posible, lo mismo que está haciendo India, lo mismo que incluso intenta Brasil desde hace tiempo con su industria aeronáutica.

Hoy la brecha tecnológica se agudiza más que nunca. El desarrollo de las industrias de la inteligencia artificial, la nanotecnología, los semiconductores y la tecnología aeroespacial está ampliando la diferencia entre los países con capacidad de participar en este “boom” tecnológico y los que no. Al igual que a finales del siglo XIX, estamos entrando en una época de descubrimientos tecnológicos que van a revolucionar la economía mundial y si México no es parte de ello, nuestra economía y sociedad tendrán una brecha casi imposible de franquear ante los países en desarrollo. Para lograr reducir significativamente la pobreza, México tiene que crecer a niveles del 4% anual de manera sostenida. La mejor manera de hacer eso es generando la nueva riqueza y la mejor manera de hacerlo es apostarle al desarrollo tecnológico, a la ciencia y a la infraestructura.

La presidenta Claudia Sheinbaum parece entender esto al promover las patentes, desarrollar una industria de trenes, carros eléctricos y agrandar los puertos. Pero estos proyectos no pueden ser simplemente anecdóticos o simbólicos, México tiene que tener una política tecnológica seria y ambiciosa. Tenemos que apostarle también al desarrollo de conocimientos tecnológicos en los jóvenes y a la transferencia de conocimiento. Las ligas en las que se está desarrollando la nueva industria de la inteligencia artificial están a años luz de los programadores haciendo páginas de internet y apps que estamos generando en México.

Irónicamente, hoy, miles de nómadas digitales inundan nuestras ciudades. Muchos de ellos trabajan en emprendimientos tecnológicos de avanzada en Estados Unidos y Europa. Más allá de preocuparnos porque su presencia eleve el costo de la vivienda y gentrifique las ciudades, podríamos sacarle provecho a su presencia en México de la misma forma que nos nutrimos de las ideas de los exiliados españoles y sudamericanos a mediados del siglo pasado. Si desarrollamos programas e incentivos para que haya un traspaso de conocimiento tecnológico y desarrollos tecnológicos en México (aunque algunos en un principio sean desarrollados por extranjeros) podríamos aprovechar a una población que ya está aquí. Esto evidentemente es solo una de las muchas acciones que tendría que contemplar un proyecto de nación en esta materia. Todo parece indicar que la presidenta entiende bien este tema, lo que queda por ver es la seriedad y prioridad que le dará a esto.

Analista político

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