Hace unos meses el “think tank” Carnegie Endowment for International Peace publicó un reporte en el que alertaba sobre 10 poderes emergentes en el mundo que “están creciendo en peso geopolítico y ambición diplomática” y que pueden significar un reto para la hegemonía de Estados Unidos en el futuro mediano. Los países que este reporte identifica como poderes emergentes son: Argentina, Brasil, India, Indonesia, México, Nigeria, Arabia Saudita, Sudáfrica, Tailandia y Turquía. Al igual que el Carnegie Endowment, muchos think tanks consideran a México un poder medio emergente, con un poder económico global importante y un potencial liderazgo en América Latina. El reporte comprueba que muchos en el mundo nos reconocen como potencia, aunque nosotros mismos no lo hagamos.
El razonamiento en México es que un país tan pobre y desigual como el nuestro no puede ser una potencia. Esto es falso, hay muchos países en el mundo que se consideran a sí mismos potencia -y actúan como tal- que tienen situaciones económicas y sociopolíticas similares o peores a la de México. Brasil, India y Turquía son tres ejemplos de ello. Países con graves problemas de desigualdad y violencia (en el caso de Brasil) que aún así ejercen liderazgos claros en su región y posiciones fuertes en el mundo. Quizás el origen de nuestro negacionismo es un problema de percepción. Los brasileños se comparan con su región y se saben líderes, los mexicanos nos compramos con Estados Unidos y nos consideramos débiles. Pero las realidades de países como México, Brasil, India y Turquía no son muy distintas. De hecho, México tiene un PIB per cápita más grande que cualquiera de los tres.
La diferencia no está en los indicadores si no en cómo reaccionan internamente las poblaciones ante los despliegues de liderazgo. En México, cuando hay un intento de ser actor global, la comentocracia se burla, y en cambio, cuando sucede algo interno intrascendente para el mundo, los comunicadores lo magnifican diciendo que “México está haciendo un ridículo internacional”. Algo así sucede cada vez que sale el presupuesto federal. A la comentocracia mexicana solo le interesan tres rubros: salud, educación y seguridad. Cualquier gasto no tradicional fuera de esos tres rubros es considerado por una gran cantidad de analistas como un desperdicio de dinero o un “escándalo” en el caso de tratarse de proyectos más ambiciosos. Como si un país de la complejidad de México no tuviera que invertir en su propia proyección global. En el fondo lo que hacemos es limitarnos: el primer paso para ser potencia, es actuar como una.
Todos los países que compiten con México en tamaño económico y presencia global invierten fuertemente en el desarrollo de su propia ciencia, tecnología, industria y proyectos que refuercen su “poder blando” en el mundo. Brasil, por ejemplo, ha invertido históricamente en su industria aeroespacial. En 1964 creó Embraer que es hoy la tercera empresa aeronáutica del mundo y en 2014 inauguró el primer acelerador de partículas de América Latina. La lógica de estos países es muy sencilla, los países que desarrollan su propia industria tecnológica son más exitosos que los países que producen para empresas de otros países.
Y sin embargo, en México los “expertos” se burlan de los proyectos de infraestructura, les parece una pérdida de tiempo tener una industria de tren de pasajeros, se mofan abiertamente del anuncio de la presidenta Claudia Sheinbaum de desarrollar un coche eléctrico mexicano (Olinia) y de desarrollar un satélite 100% mexicano y liderar una misión en el espacio. Como si fuera ridículo que la 13ava economía del mundo quisiera desarrollar sus propias industrias tecnológicas como lo han hecho China, India y Brasil. El debate público es tan monotemático que ignoró por completo el anuncio del nuevo puerto de Manzanillo que doblará su capacidad y lo convertirá en uno de los quince con más capacidad del mundo, lo cual tendrá un impacto grande en el futuro macroeconómico del país.
La realidad es que mucha de la élite intelectual mexicana fue formada por las nociones neoliberales que sostenían que un país como México debía especializarse en desarrollar componentes para industrias de otras economías más desarrolladas en lugar de generar su propia industria. Esa fue la corriente de pensamiento dominante de los últimos 30 años, pero esa manera de entender el mundo se ha tenido que enfrentar a los ejemplos de Corea del Sur, China y ahora India que nos demuestran que un país que no desarrolla su propia industria tecnológica dificilmente dejará la pobreza y la desigualdad.
Hoy todas las potencias mundiales tienen grandes industrias tecnológicas y marcas detrás de ellas. Empresas como Apple, Microsoft y Google valen más que el PIB entero de México. Samsung, una empresa coreana, vale mucho más que la economía entera del bajío mexicano donde produce muchos de sus productos e incluso una empresa como Embraer vale 6 veces más que una como Aeroméxico. ¿Por qué es ridículo que México intente generar sus propias industrias tecnológicas? Si queremos salir de la pobreza y la desigualdad, nuestra economía tiene que crecer, y hoy en día no hay un mejor motor de crecimiento sostenido que el desarrollo de industrias tecnológicas, la inteligencia artificial, etc... Si el sector privado no lo ha hecho por sí mismo, entonces se requiere que el gobierno, en coordinación con ellos, echen andar estas industrias. Hay muchas cosas criticables de nuestro gobierno pero deberíamos celebrar la audacia de esta administración de pensar más allá de nuestros complejos.
Analista.
@emiliolezama