El domingo 2 de septiembre de 1666, el alcalde de Londres, Sir Thomas Bloodworth, fue despertado en las horas más tempranas de la madrugada. El alcalde fue informado que una panadería de la calle Pudding Lane estaba en llamas y que se requería su presencia. Sir Thomas Bloodworth se vistió y se dirigió a la escena. No eran tiempos fáciles para los londinenses, el año anterior, la “gran plaga” había acabado con un cuarto de la población de la ciudad. Tras la devastación de la plaga, se esperaba que 1666 fuera un mejor año, pero las condiciones meteorológicas no auguraban lo mismo.
El verano del 66 fue uno de los más calurosos en la historia de la ciudad y provocó una sequía intensa; para septiembre a la sequía se agregaban fuertes vientos en la ciudad. Cuando el alcalde Sir Thomas Bloodworth llegó a la panadería de Thomas Farriner debió haber tenido todo eso en mente y una cosa más. Londres era una ciudad construida enteramente de madera. De hecho, el alcalde no había sido el único en ser despertado por el incendio, a unos kilómetros de allí un oficial de la Marina, Samuel Pepsy, relata. “Jane nos despertó a las 3 de la mañana para alertarnos de un gran incendio en la ciudad”. A esas alturas el incendio debió haber sido considerable para que Pepsy lo pudiera ver desde su casa.
En 1666 las técnicas de combate al fuego eran sumamente rudimentarias. A falta de pipas y sistemas de agua, los incendios se combatían con unos palos con ganchos diseñados para demoler casas. Si el incendio no podía combatirse directamente, la solución era evitar que tuviera más material que incendiar. Los bomberos de la época se dedicaban a tirar casas para evitar que se propagara el fuego. Como si evitaran la conglomeración de viviendas para que el fuego no se contagiara. Cuando Sir Thomas Bloodworth llegó al sitio, las llamas ya estaban expandiéndose hacia otros edificios. A su alrededor los vecinos de Pudding Lane entraban en una crisis de pánico, desesperados por salvar sus pertenencias. En esas circunstancias, bomberos expertos y policías le aconsejaron al alcalde ordenar tirar las casas contiguas para amainar el fuego.
Aquella madrugada el alcalde de Londres analizó la situación unos minutos. Mercader de profesión, Bloodworth no era un experto en incendios, pero contaba con información suficiente para tomar una decisión: A una cuadra, las bodegas de papel. Todo alrededor, una ciudad construida en madera. Un verano sin lluvia que significaba que esa madera estaba sumamente seca. Fuertes vientos. Una población en pánico. Expertos que le señalaban que era mejor tomar medidas de precaución. Sir Thomas Bloodworth volteó hacía la multitud para hablar. La historia de la humanidad lista para apuntar sus siguientes palabras. Por un momento el bullicio se calló. Bloodworth volteó una vez más a ver las flamas y declaró. “¡Psh, una mujer podría orinarle encima y apagarlo!” y se fue a dormir.
En la tarde del domingo, Samuel Pepsy se subió a la Torre de Londres para analizar la extensión del incendio. Calculó que más de 300 casas estaban bajo el fuego; y el incendio seguía esparciéndose. En medio de la crisis se volvió a encontrar al alcalde, “que parecía que se iba a desmayar” y le ofreció la asistencia de los soldados del rey. El alcalde rechazó la oferta diciendo que podía resolverlo solo pero que primero tenía que irse a descansar. El lunes la ciudad había entrado en pánico, nadie intentaba apagar el fuego, solo salvarse a sí mismo. Esto había creado un caos absoluto en las calles de Londres; el frenesí impedía el tránsito. Pronto, los rumores empezaron a correr de que se trataba de un incendio provocado por los extranjeros. La xenofobia se apoderó de Londres y los extranjeros empezaron a ser víctimas de violencia.
Mientras tanto el fuego siguió su curso hacia el norte de la ciudad. El martes el incendio se extendió hacia el este y causó los estragos más fuertes. La catedral de San Pablo, donde miles se habían refugiado, entró en combustión y fue destruida. El miércoles, el viento por fin se apaciguó y el fuego poco a poco se fue extinguiendo; para entonces 80% de la ciudad había sido destruida por el incendio, 70 mil de los 80 mil habitantes se habían quedado sin casa. El alcalde que había menospreciado el fuego fue destituido al mes siguiente y Londres comenzó un largo proceso de reconstrucción. Aun así, las autoridades informaron que sorprendentemente solo habían muerto 6 personas. Los historiadores ahora saben por qué. Las autoridades de la época decidieron no hacer un conteo real de la cantidad de víctimas. Una frase queda en la historia: “¡Psh, una mujer podría orinarle encima y apagarlo!”
¿Cuántos Thomas Bloodworth gobiernan hoy nuestro mundo?
Analista político