La política es el arte del tiempista. Los políticos más exitosos no son los más preparados sino los que entienden los momentos y coyunturas y saben actuar sobre ellas. Marcelo Ebrard es uno de los políticos más eficientes y preparados, pero no necesariamente el mejor tiempista. Quizás su mayor problema es también una virtud: el miedo al riesgo. Ebrard es un político cauteloso, conciliador, que a veces peca de ser demasiado sensato para sus propios intereses. En 2012, Ebrard tuvo oportunidades para ser un candidato fuerte a la presidencia pero las desaprovechó; en 2023 parece estar obstinado en serlo a pesar de que todos los indicadores señalan que no tiene oportunidad de lograrlo. En el peor momento brota en él un espíritu de lucha.
Para poder juzgar las acciones de un político se tienen que entender sus objetivos. Los de Ebrard parecen claros: quiere ser Presidente de México, pero no ha querido serlo a toda costa. Su límite parece ser AMLO, quiere ser presidente pero no romper con el Presidente. Esto lo ha hecho dudar en momentos claves y por ello ha perdido oportunidades históricas. La mayor de todas fue la de 2012, Ebrard venía saliendo de una exitosa y popular gestión de la Ciudad de México. Su popularidad era alta y su proyección nacional. Ese era el momento de Ebrard. Es imposible saber qué hubiera pasado en caso de decidir presentarse a las elecciones, pero es difícil pensar en un mejor momento para haberlo intentado.
En 2023 el escenario es más difícil. Los dados estaban cargados y todo mundo lo sabía. Quizás hubo algo de autoengaño o una estrategia mal calibrada, pero la elección de la candidata de Morena se leía desde hace tiempo como “la crónica de una muerte anunciada” para Marcelo. Nuevamente la conciliación de sus dos objetivos se volvió imposible; o intentar ser Presidente o no romper con AMLO, pero no ambos. Quizás hubo en este proceso una pequeña ventana de oportunidad, cuando la oposición partidista estaba perdida y sin candidato, Ebrard pudo haber negociado una gran alianza entre las 4 fuerzas que lo hubieran catapultado a una contienda competida. Ebrard decidió no romper, aunque todos sabían que AMLO no lo eligiría, y así desperdició ese resquicio de oportunidad.
En la política los tiempos lo son todo. A tan solo 3 meses de aquella ventana de oportunidad, intentar una candidatura independiente es un sinsentido. Con la oposición partidista reunida en torno a Xóchitl y el morenismo en torno a Claudia, no hay resquicio por el que Marcelo pueda entrar. Cualquier rompimiento tendría que ser pactado con AMLO para no ser un suicidio y aun así no resultaría en la presidencia. Si insiste en estar en la boleta, es altamente probable que pierda contundentemente. Esto no significa que nunca lo será. Difiero con los analistas que creen que es ahora o nunca para Marcelo. Quizás no sea el escenario ideal, pero hay una última oportunidad dentro de seis años.
Quien sea que gane las elecciones de 2024, tendrá un problema de gobernabilidad. El país está polarizado y los perdedores harán la vida imposible al ganador. En cuatro años hay una elección de revocación de mandato que se convertirá en una batalla política sin precedentes. Además, es altamente probable que el presupuesto venga con déficit, y por si fuera poco, el ejército ha sido irresponsablemente empoderado, de tal forma que será un nuevo actor público con el que será difícil negociar. Ante todo esto, una figura como la de Marcelo se puede convertir en un poderoso protagonista político. Alguien que garantice gobernabilidad y un balance sano entre el lopezobradorismo y la oposición. Si a Claudia le cuesta gobernar, Ebrard —desde el Senado— puede convertirse en el símbolo que pueda “rescatar” a la 4T. Esto no es menor. En seis años Marcelo tendrá 70 años, Biden entró a la presidencia a los 78.
Sin embargo, para que esto pudiera siquiera tener la posibilidad de ocurrir, Ebrard debe tomar las decisiones correctas ahora. En las últimas semanas éste no ha sido el caso. Su respuesta a la derrota ha sido errática, atropellada y poco clara. Ebrard necesita encontrar rumbo y estrategia, en el 2024 no va a ser presidente, pero si lo juega bien, tendrá una última oportunidad en 6 años. Su maestro Camacho Solís jugó en la ambigüedad y fue premiado con la intrascendencia. Se confrontó cuando no debía, y se ilusionó cuando ya no podía. Ebrard no puede darse el lujo de caer en estos mismos espejismos de autoengaño. Al menos que algo extremo pase, no va a ser él, y lo mejor será que empiece a trazar el camino para 2030. México necesita a un político como Marcelo Ebrard, pero en este momento, él puede convertirse en su propio enemigo.
Analista político