La posición de Claudia Sheinbaum es más compleja de lo que supondría un triunfo tan avasallador como el que obtuvo. Por un lado, es la Presidenta electa que ha triunfado con más margen de votos en la historia reciente, pero por otro, ella sabe que el resultado es engañoso. Su apoyo en las urnas no necesariamente se traducirá en un apoyo directo a su mandato; para lograr eso tiene que cuidar su narrativa y sus acciones. Su gobierno tiene que parecerse al de su antecesor sin quitarse la posibilidad de un sello propio. Entre esas dos dimensiones tendrá que ocurrir su mandato. Ni alejarse mucho, ni parecerse demasiado. Esa es la consigna con la que tendrá que gobernar.
En términos reales, el triunfo de Claudia Sheinbaum es más histórico que el de AMLO hace 6 años. No solo por su dimensión en cuanto al número de votos sino por lo que representa una primera mujer Presidenta en este país. AMLO construyó una narrativa épica para darle una dimensión histórica a su triunfo, Claudia no necesita hacerlo, su triunfo es histórico en sí mismo. En ese sentido tiene una doble responsabilidad. Su triunfo le debe mucho al actual Presidente y para mantener a sus bases contentas, tendrá que replicar mucho del estilo y los símbolos del actual Presidente. Por otro lado, la dimensión histórica de su mandato le exige no fallar en esta ventana de oportunidad para transformar el país. Para ello tendrá que desarrollar un estilo propio y una visión de país personal.
El primer reto de Claudia Sheinbaum es transitar la transición. La presidenta electa no se sentirá del todo tranquila hasta no estar sentada en Palacio Nacional. Por eso, estos meses siguen ocurriendo bajo los mismos códigos de la campaña: no separarse del presidente, mostrar su lealtad incondicional y darle gusto en lo que pida. Claudia ha demostrado que es una política cautelosa, sabe que el poder no viene con la elección sino con la silla. Ella aún no está en la silla.
Irónicamente su triunfo avasallador no le beneficia en este sentido. Un escenario menos favorable le hubiera permitido surcar las reformas constitucionales más controvertidas que el presidente ha mandado al Congreso. Sin opción de mayoría constitucional, Sheinbaum podría haberse excusado y el Presidente hubiera tenido que entender que estaba fuera de sus manos. Bajo el escenario actual, Claudia tiene que seguir mostrando una lealtad absoluta. Piense lo que piense de las reformas del Presidente, la posibilidad de la mayoría constitucional la deja con pocas opciones para excusarse de ellas.
El segundo reto de esta transición es la conformación de su gabinete. Es cierto que tiene que hacer un balance entre continuidad y cambio, pero es aún más cierto que su campaña tiene muchas deudas con personajes de poca legitimidad pública a los que ahora tendrá que dar cabida. Es claro que la estrategia de Claudia ha sido ir de más a menos. La primera ronda de nombramientos fue la menos controvertida, personajes de primer nivel que calmaron los mercados y a la opinión pública. Esa decisión fue consciente y comunicacionalmente estratégica, la primera noticia del gabinete es la más mediática y por ello seleccionó para ella a los mejores nombres.
De forma contraria, la tercera ronda ha sido la más controversial; la deuda política de Sheinbaum con Mario Delgado le ha costado muy cara al país. Su llegada a la SEP es comprensible políticamente, pero es una pésima señal para el rumbo de la educación; la única buena noticia es que no ha sido puesto en gobernación.
Puede parecer contraintuitivo pero para Claudia Sheinbaum la transición presidencial ha resultado una coyuntura más compleja que la campaña. Si en la campaña podría haber justificado algunos desvíos de la narrativa de AMLO en pos de ganar el voto, el triunfo abrumador le ha quitado la posibilidad de cualquier discrepancia con el Presidente en este periodo.
Sin embargo, esto tiene fecha de caducidad. A partir de que Claudia tome posición tendrá que ir desarrollando su propio estilo de gobernanza, generando una narrativa que se distinga de la de AMLO y consolidando un gabinete que demuestre el tipo de país que quiere construir, y no las deudas políticas que actualmente tiene. Mientras dure este periodo de transición se pueden entender algunas de sus decisiones más serviciales al Presidente, pero a partir del 1o. de octubre, ella será la Presidenta y ya no habrá excusas. Poco a poco tendrá que construir su propia agenda. Su presidencia es histórica en sí misma, Sheinbaum tendrá que decidir si pasa a la historia no solo por ser la primera mujer Presidenta, si no por ser una buena Presidenta.