En 2010, AMLO declaró que de ser presidente “iba a regresar a los militares a los cuarteles.” Esta posición hacía sentido desde una óptica democrática, desde la cual la seguridad pública debe estar en manos de civiles, pero también desde una óptica histórica de la izquierda. Fue el ejército el que encumbró las dictaduras militares de la derecha en América Latina, fue el ejército el que asesinó a los estudiantes en Tlatelolco, fue el ejército el que derrocó a Allende. Una vez en el poder, la postura de AMLO ante el Ejército ha cambiado radicalmente. ¿Qué motivó este cambio? Solo el presidente sabe qué hay detrás de esta aproximación cada vez más enfática a la militarización, pero vale la pena intentar entender de dónde viene este cambio de política.
El presidente es, a su manera, un estudioso de la historia, y en la historia de América Latina el principal enemigo de la lucha de la izquierda latinoamericana ha sido el ejército. Quizás AMLO tenía esto en mente al principio de su gestión y por eso buscó un acercamiento con las fuerzas armadas. Es posible que al llegar al poder, el presidente creyera que el mayor riesgo a su gestión no venía de las urnas o la sociedad civil sino del Ejército. Por ello, se dio a la tarea de garantizar la estabilidad política de su administración con gestos políticos que lo congraciaran con las élites militares. Quizás el diagnóstico de AMLO pudo haber sido exagerado, pero de haber sido así, su primer acercamiento al Ejército habría tenido un sentido pragmático.
Ser opositor y ser presidente son cosas muy distintas. El opositor puede vivir en el campo de la teoría y el idealismo, pero un presidente debe enfrentarse a la realidad. En 2016, la prevalencia del crimen organizado sobre el territorio mexicano era innegable. Diferentes cárteles controlaban partes importantes del territorio nacional a los que el Estado no tenía acceso. Por otro lado, no existían los mandos civiles ni policías profesionales que pudieran hacerle frente. El presidente tenía el poder político pero no así el control sobre el territorio.
Ante esta disyuntiva podría ser comprensible que el presidente haya decidido recurrir a las fuerzas armadas como una solución a corto plazo a la ingobernabilidad en ciertos lugares. En este sentido su uso de las fuerzas armadas sería estratégico y tendría sentido, siempre y cuando hubiera habido un plan paralelo para fortalecer a los mandos civiles y ampliar la estrategia contra el narco. Sin embargo, en 2022 nada ha cambiado: la situación de violencia sigue siendo la misma, los cárteles todavía controlan partes del territorio nacional y las policías se siguen debilitando. Si la estrategia de AMLO era usar al Ejército como solución entonces ha fracasado.
Estas dos aproximaciones podrían parecer las más lógicas, pero se contraponen a las acciones del presidente. Si su acercamiento al Ejército fuera una estrategia para evitar que se convirtiera en un factor de inestabilidad para su gobierno, entonces no se entiende por qué en su cuarto año de gobierno cuando este riesgo es injustificado, sigue empoderando a las fuerzas armadas. Si por otro lado la militarización fuera el producto de una estrategia necesaria contra el narcotráfico, no se entendería por qué, si la estrategia ha fracasado, ésta se mantiene; pero sobre todo, cuál es la necesidad de empoderar al Éjército más allá de estas atribuciones.
Si bien estas dos posibilidades pueden haber sido factores en algún momento, ahora más bien parecen el relieve para algo mucho más profundo. El presidente valora la lealtad por sobre todas cosas. Ha demostrado una y otra vez que su manera de entender el gobierno es la obediencia, que es incapaz de asimilar nuevas ideas y que lo incomoda cualquier punto de vista que no se alinee con el suyo. En ese marco, no existe una institución más alineada con esta visión de la gobernanza que el Ejército. No sorprende que el presidente se sienta sumamente cómodo operando dentro de esta lógica militar. AMLO no confía en la deliberación, en la discusión ni en la rendición de cuentas, y las fuerzas armadas le dan la posibilidad de gobernar saltando esos ‘estorbosos’ vicios de la vida democrática. En el Ejército hay mandos y órdenes, la estructura es vertical y jerárquica y su manera de hacer política se beneficia de ello. Entre más atribuciones da a las fuerzas armadas más empoderado está de ejecutar su proyecto sin contrapesos, sin opiniones. AMLO militariza al país porque así lo puede gobernar más a modo.
La idea de sacar a las fuerzas armadas de sus cuarteles en México vino de la derecha. Fue Felipe Calderón, el antagonista más criticado por AMLO, quien ideó esa ominosa política que tanto daño ha hecho al país. Es irónico que sea AMLO, autoproclamado de izquierda y la antítesis a aquel gobierno, quien la haya amplificado hasta niveles que ni el propio Calderón se hubiera atrevido.
México ha tenido dos grandes presidentes de izquierda: Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. AMLO los cita constantemente como referencias. Es irónico que una gran parte del legado de Juárez haya sido el Estado laico y sea AMLO quien haya vuelto a traer la religión al discurso público. Es irónico que una de las grandes visiones de Cárdenas haya sido desmilitarizar el poder político en México y AMLO esté ahora haciendo lo contrario. Son las acciones y no las palabras las que colocan a las personas en la historia y el espectro ideológico. Al final de cuentas, detrás de la militarización de AMLO no hay una estrategia de seguridad sino una manera de entender cómo se ejecuta el poder político.