El presidente de México entiende la política desde la arena electoral. Para él, la política es una lucha constante por el poder; incluso cuando ya se está en él. López Obrador ha pasado la mayor parte de su vida en campaña, desde ahí ha construido su figura y su narrativa. Esto tiene implicaciones visibles en su manera de gobernar; AMLO gobierna a través de la contraposición. Es evidente que le incomoda el ejercicio del poder desde el sitio del estadista; donde mejor se siente y donde mejores resultados tiene es en la campaña. Es por ello que en su estilo de gobernanza busca generar conflicto constante para mantener un ambiente simulado de campaña. Ante una oposición partidista que se encuentra pulverizada, obsoleta y absolutamente carente de ideas, AMLO da protagonismo a algunos de sus miembros únicamente para poder construirse un ambiente propicio.
Sin embargo, el entendimiento de la política y la arena electoral también tiene sus particularidades en el presidente. AMLO nunca ha entendido el espectro político desde la pluralidad; para él la política —y quizás la vida— es dicotómica. El mundo se divide entre buenos y malos y siguiendo ese patrón, la política se entiende como un conflicto entre liberales y conservadores. En su quehacer electoral, AMLO siempre lo planteó así; ellos los malos, los conservadores, contra yo, el bueno, el liberal. Esto añade un tercer factor a su entendimiento del mundo; su concepción de la dicotomía es sumamente hermética; en ella, el campo de los buenos se construye desde el espejo y aquellos que estén dispuestos mimetizarse en él; los otros pueden formar parte del “bien” siempre y cuando decidan alinearse; la diversidad y la pluralidad reducida al maniqueísmo del, “yo o los otros”.
El presidente busca legitimar esta posición construyendo a su propia persona como un símbolo de los marginados y los pobres. Según esta visión, él no es él, sino el “pueblo” encarnado en un único vocero. Su voluntad es una carta poder firmada por los muchos. En ese sentido la narrativa “permite” que sus decisiones no se someten a escrutinio porque emanan de la voluntad popular que se encuentra delegada a su propia persona. Las decisiones son parte de una transformación que sólo él puede ver, quien se le oponga pertenece al oprobioso mundo de los otros. Es evidente para cualquier analista que esto es una construcción retórica; una narrativa efectiva en la larga lista de la demagogia política. Sin embargo, la narrativa es plausible únicamente porque décadas de desidia política hacia la pobreza, permiten hoy que un planteamiento así goce de apoyo popular.
Es en sentido que el presidente está ávido de la revocación de mandato; en términos formales esa figura política le permite regresar al terreno que más goza: la arena electoral. Si a mitad de sexenio hay una elección, eso le permite estar efectivamente en campaña. El estadista gobierna para todos, a AMLO el todo no le interesa. La arena electoral le permite abandonar ese pesado lastre, el traje elegante del político de Estado y volver al piso, a las comunidades, a las masas que le untan flores y aplausos. Ese es el terreno de juego donde están los contrincantes, los buenos y los malos pero sobretodo la posibilidad de la victoria y el martirio; solo cuando se compite se puede vencer y AMLO no desea gobernar, desea vencer.
Algunos políticos ven en las elecciones un medio para llegar a un fin, hay otros que han convertido el medio en el fin mismo. La transformación que AMLO añora no se estipula tanto en los cambios económicos, sociales o tácitos de su administración, sino en la construcción de una constante victoria en términos narrativos; el triunfo de su concepción del “bien” sobre el mal, una y otra vez como un Sísifo contemporáneo. Al final el legado que precia es ese; el campo de la realidad es aburrido y obstinado, pero en la narrativa podemos confrontarnos una y otra vez al supuesto “mal” y ganar y humillar a ese contrincante autoconstruido.
Hay un sentido histórico en todo esto; el del líder que siente que tiene una misión que trasciende la comprensión humana de su tiempo. El mayor problema es que las elecciones y las narrativas se ganan por consenso, pero a la larga, la historia no es un concurso de popularidad coyuntural. AMLO teje y construye un escenario que se moldea a su visión de mundo. Crea un invernadero de la realidad; solo el ecosistema que le interesa y sus plagas endógenas pueden vivir ahí adentro. Esto funciona en cierta medida porque hay muchos dispuestos a creer en ese mundo, a hacerlo “realidad”, pero es inevitable que tarde o temprano enfrente a una realidad menos benevolente con su fantasía. Los conceptos y términos narrativos se pueden inventar y pueden incluso cimentarse en el inconsciente social, pero nada impide que con el paso del tiempo acaben siendo redefinidos por lo que realmente fueron. Así ha sucedido siempre, desde la administración de la abundancia hasta nuestra entrada al primer mundo; el tiempo calibra las narrativas confrontándolas con la realidad.
Analista político