Todo parece indicar que la verdad dejó de ser un negocio o quizás, nunca lo fue. Las recientes tensiones entre el gobierno australiano y los gigantes tecnológicos han despertado un debate en torno al papel de empresas como Facebook y Google y de su papel como free riders de la información, es decir, el uso abusivo que le dan a contenido noticioso creado por los medios de comunicación y su negativa a pagar por él y que, por el contrario, se enriquecen de este.
La iniciativa de ley planteada por el gobierno del primer ministro australiano, Scott Morrison, exigía que dichas empresas pagaran por las noticias y contenidos creados por medios de comunicación que fuesen compartidas en sus plataformas. Ambas empresas, al negarse a pagar por el contenido, amagaron con retirar la publicación de noticias en sus plataformas, así como que el buscador de Google dejara de operar en Australia. Al final, el gobierno australiano introdujo cambios a la iniciativa y aceptó que estas empresas no efectuaran dichos pagos, a cambio de que las empresas en cuestión realizaran “inversiones significativas en el periodismo de interés público” para ese país.
El debate sobre la regulación de las empresas de tecnología ya constituye un tema permanente en la discusión pública, sin embargo, resulta vital detenernos a reflexionar sobre una industria que, a diferencia de otras que seguramente también se verán profundamente afectadas o desplazadas por la tecnología y la inteligencia artificial, se encuentra estrechamente vinculada con la democracia: la del periodismo.
El modelo de negocios del periodismo está viciado de origen. Como bien lo explica Diego Salazar en su libro “No hemos entendido nada”, el periodismo nace atado a un modelo ad-driven, es decir, que los periódicos se sostienen por la publicidad y los anunciantes, más no por la venta del contenido informativo, las columnas o los reportajes (ni se diga del periódico impreso cuyo costo es muy bajo). De esta manera, podemos decir que el modelo de negocios de los periódicos ha estado artificialmente sostenido ya que la creación, impresión y distribución de su contenido informativo, no hubiese podido mantener financieramente a un periódico. Si a eso le sumamos la transición digital, el escenario se complica aún más.
Recordemos que, en el pasado, los periódicos acaparaban la atención de los lectores, lo que ahora ya no sucede, como explica Salazar. La llegada de Facebook ha acelerado el colapso de este modelo tradicional del periodismo, sin embargo, Facebook no ha logrado destruir al periodismo. En este sentido, resulta importante cuestionarnos sobre los efectos de estas plataformas para nuestra vida democrática, iniciando con el periodismo, si es que lo consideramos como esencial e irrenunciable en cualquier democracia moderna.
El politólogo británico, David Runciman, aseguraba en 2018 que Mark Zuckerberg constituía un mayor peligro para la democracia que el presidente Donald Trump, bajo la premisa de que un presidente tiene fecha de caducidad, mientras que el fundador de Facebook puede perpetuarse en su puesto. Ante este escenario, algunas dudas emergen de manera natural. ¿Qué responsabilidad tienen Facebook y Twitter sobre la calidad de nuestro debate público al tener el monopolio de la información? ¿No deberían estas empresas estar sujetas a escrutinio respecto a su poder para crear “burbujas informativas” cuyas discusiones refuerzan cada vez más nuestros prejuicios y generan los espacios idóneos para los extremismos y los discursos de odio? ¿Qué hacer ante su activismo por difuminar las fronteras entre la mentira, los hechos y la verdad por parte de estas empresas?
Para el historiador y académico de la Universidad de Virginia, Siva Vaidhyanathan, “ninguna empresa ha contribuido más al colapso de los principios básicos de la deliberación y la democracia como Facebook”. Siva, autor de “Anti-social media, How Facebook Disconnect Us and Undermines Democracy” publicado por Oxford University Press, asegura “que estamos en medio de un asalto mundial a la democracia basado en Internet”. No por otra cosa, el modelo de negocio y comunicación de Trump era Facebook y Twitter, más no CNN o el Wall Street Journal.
Si bien podemos identificar varias voces que han advertido sobre los peligros que trae consigo la desinformación y la denominada posverdad para la democracia, estos procesos parecen irreversibles. Por lo tanto, no basta con desear que Facebook se hubiese quedado en una pequeña comunidad de estudiantes de Harvard, sino que es imperante plantear esquemas de innovación y cuestiones sobre el futuro del periodismo y, por ende, de la verdad. En la era de la información, ¿quién va a pagar por el periodismo del siglo XXI? ¿A quién le interesa pagar por contenidos informativos de calidad?
En 2013, Jeff Bezos, fundador de Amazon compró el diario “The Washington Post” que se encontraba en una crisis financiera significativa. El responsable de esta jugada fue Donald Graham, editor del diario de 1979 a 2000 y heredero de la compañía. Graham narra que buscó a todos los líderes tecnológicos de Silicon Valley, Mark Zuckerberg (fundador de Facebook), Larry Page y Sergey Brin (ambos fundadores de Google) para persuadirlos de comprar el diario y del prestigio social que generaba estar asociado al diario más leído en un centro político como Washington. Sin embargo, tras muchas reuniones, Bezos accedió a comprar el diario. “Amazon era una empresa que se basó en un inició en libros y aunque (Bezos) no sabía nada de la industria de medios, sabía algo sobre los hábitos de los lectores”, asegura Graham.
En tres años, el periódico duplicó su tráfico web y en 2016, implementó Heliograf, tecnología de inteligencia artificial para realizar la cobertura electoral de la Cámara de Representantes, el Senado y la gubernatura de los 50 estados. Gracias al monitoreo de casi 500 contiendas electorales de manera simultánea, esta tecnología permitió la realización de informes, análisis y resultados actualizados en tiempo real para los lectores. La incorporación de Bezos trajo al diario la innovación en términos de implementación de tecnología y el aumento en la generación de contenido para atraer a su vez más anunciantes, es decir, un resquicio del modelo ad-driven, previamente mencionado.
La discusión sobre cómo mantener al periodismo y cómo financiar medios de calidad sigue en el tintero. Han surgido algunas ideas de cómo financiar al periodismo mediante la participación organizaciones no gubernamentales (donaciones), cooperativas, fusiones de medios públicos y medios digitales, así como de apoyos gubernamentales a los medios (Knight Foundation). Por ejemplo, en nueva Nueva York, el alcalde Bill de Blasio emitió una orden ejecutiva que exige que todas las agencias de la ciudad gasten al menos la mitad de sus presupuestos publicitarios en medios comunitarios y étnicos.
Alguien tendrá que pagar por el periodismo, o el periodismo tendrá que pagar por ello.
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