La naturaleza acomodaticia del canciller Marcelo Ebrard, ha sido la marca de casa en lo que atañe a la relación bilateral entre México y Estados Unidos. Con Biden en la Casa Blanca parece que esto no cambiará mucho.

El canciller mexicano ha apostado por evitar exabruptos y consecuentemente la sumisión y el buen entendimiento, han sido los principales rasgos del ejercicio diplomático mexicano. La mala reputación de Trump a lo largo de cuatro años, sobre todo, a partir de su actuación frente a la pandemia y el movimiento #BlackLivesMatter en el último año, donde claramente se advertía cada vez más debilitado e impotente, no fueron obstáculo para la genuflexión mexicana.

Los atributos de un Canciller multitask y/o “bombero” resulta por demás frívola. Si bien el gobierno actual adolece de secretarios que se hagan cargo de las tareas y actividades en sus respectivas carteras (SEGOB, SSPC, etc), tener un canciller fungiendo como “vicepresidente” o secretario de gobernación “de facto” va en detrimento de la diplomacia mexicana en su conjunto.

Por lo tanto, resulta importante cuestionarnos sobre el papel de la política exterior ante una nueva administración en Washington. La mayoría de las veces se generan un conjunto de escenarios alrededor de la pregunta: ¿cuál será el viraje de la política exterior de Estados Unidos hacia México o América Latina? Pero pocas veces nos preguntamos si la diplomacia mexicana está preparada para este cambio colocando el anhelo por encima del miedo.

Joe Biden ha delineado de manera escueta su postura frente a México o Latinoamérica como lo pudimos atestiguar en su texto intitulado Why America Must Lead Again, publicado en la revista Foreign Affairs, donde apenas destaca la necesidad “de hacer más para integrar a nuestros amigos en Latinoamérica y África a la más amplia red de democracias y aprovechar las oportunidades de cooperación en esas regiones”. Atento a lo anterior, el gobierno mexicano debería plantearse de manera seria si su estrategia implementada hasta el momento sería la indicada ante los nuevos actores y dinámicas de poder que se avecinan en la Casa Blanca. La lucha no será por marcar un paradigma en la relación, sino que apenas bastará con estar presentes en la discusión con nuestros vecinos del norte.

Para esto, corresponde saber cuáles son las cartas con las que cuenta el gobierno mexicano para dicha empresa. Como sabemos, la subsecretaría de América del Norte fue borrada de un plumazo tras la fallida postulación de Jesus Seade para dirigir la OMC -donde resultó electa la nigeriana Okonjo-Iweala- y hasta el momento, no hay luces de que vaya a tener lugar una reestructura profunda al interior de la cancillería. Por el momento, para atender la relación bilateral más importante que tiene México, despacha desde una dirección general el antes vocero, Roberto Velasco.

El paupérrimo presupuesto asignado a Relaciones Exteriores es un obstáculo para los miembros del Servicio Exterior Mexicano que tienen que ingeniárselas y trabajar a marchas forzadas. Así, en 2018, el presupuesto asignado a la SRE fue de 9,003,192,028 pesos mientras que para 2021, es de 8,121,231,865 pesos. Es decir, esto constituye una reducción de casi 10% en los últimos dos años.

A diferencia de otros años cuando la participación de México en la Asamblea General de las Naciones Unidas suele ser analizada en círculos más cerrados, este año fue la excepción. México se plantó ante el mundo con un discurso predominantemente insular, con inexplicables alegorías de tufo fascista e incapaz de relatar una “transformación” sin dejar de mencionar la complicada venta del avión presidencial. México atrajo la atención por su mensaje de tinte parroquial. ¿Acaso no importa la responsabilidad del canciller respecto al mensaje del presidente? Yo creo que sí.

Bajo la administración de Ebrard, la cancillería mexicana no se ha caracterizado por la pulcritud. Los cargos ornamentales han sido una constante, pasando por el fugaz nombramiento como “embajadora eminente” de Luz Elena Baños, el cual, era ilegal a todas luces; por el asesor incómodo, Javier López Casarín, que pisó el penal de Topochico y ahora viaja con pasaporte diplomático; o bien, por la creación del puesto de director ejecutivo en diplomacia cultural que ostenta Enrique Márquez, que carece de base legal por no tener la autorización de las secretarías de la Función Pública y de Hacienda, por mencionar algunos casos.

Por último, un aspecto que no debemos de soslayar es la tensa relación entre la embajada de México en Washington y titular de relaciones exteriores. En su momento, se comentaba que Ebrard, no solo intentó bloquear a la actual Embajadora Martha Bárcena, sino que, incluso, intentó abrir una oficina alterna en Washington.

La visita del presidente López Obrador a Estados Unidos que hizo recordar los tiempos cuando Luis Videgaray orquestó la visita del candidato Donald Trump a nuestro país. La visita de López Obrador tuvo pocos elogios, pero estos le fueron atribuidos al trabajo político de la embajada para evitar que Trump durante la visita se saliera del guion y atacara a México en presencia del presidente. Desde la embajada, se logró evitar que México fuese el principal blanco de los ataques del republicano.

Son tiempos de cambios y relevos políticos en Washington y posiblemente también lo serán en México. La salida de Trump de la presidencia dejará consigo la salida de su yerno y asesor Jared Kushner quien, desde el sexenio anterior ha jugado un papel de interlocutor entre ambos gobiernos.

En México las lógicas político-electorales y una sucesión presidencial anticipada ha colocado a Ebrard como un canciller motivado más por sus ambiciones, que por sus responsabilidades. La agenda política de Ebrard es exclusivamente personal ya sea con Trump o con Biden.

La llegada de Biden a la Casa Blanca podría constituir una oportunidad para que nuevos aires lleguen a la diplomacia mexicana. El tiempo lo dirá. Lo que es probable es que Biden y Ebrard coincidan desde cualquier espacio.

Emerson Segura Valencia

@Emer_seg

Se ha desempeñado como investigador en la Unidad de Investigación y Análisis del CEI Gilberto Bosques en el Senado de la República. Asimismo, se desempeñó como investigador en el Centro de Investigación Internacional (CII) del Instituto Matías Romero de la SRE. Es egresado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales por la Universidad de las Américas (UDLA). Actualmente es Asesor parlamentario en el Senado de la República.

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