El martes 29 amanecí sintiéndome mal: Cuerpo cortado, algo de temperatura, pretexto suficiente para dedicarme a reposar, no fuera a ser la de malas en esa mañana gris, lluviosa y con vientos huracanados. Ya desde la noche anterior Chuy, conserje de mi edificio, me había advertido que se esperaba lluvia todo el día y así estuvo, a veces con fuerza y otras casi sin sentirse, lloviendo sobre mojado. A las 20:10 horas el nuevo sistema de avisos meteorológicos -chicharra imposible de ignorar- avisaba que ya venían las lluvias... La mañana siguiente, alrededor de las 7 am, la chicharra infartante esta vez con la petición de no salir por carretera. Poco después, comenzaron a llegarme textos preguntándome cómo estaba, si todo bien. En mi experiencia y la de muchos valencianos de la capital, el día pintaba soleado y tranquilo. De pronto las increíbles imágenes primero devastadoras después desgarradoras: la destrucción, calles inundadas, coches apilados, torcidos, cientos de desaparecidos. La gravedad del asunto se dio a conocer a través de redes sociales. Después, incertidumbre, incredulidad y, ante esto miles de voluntarios con palas, escobas, cubetas, lo que fuese para ayudar. Caminando, en camiones y furgonetas, una solidaridad verdaderamente impactante en donde el pueblo valenciano ha sido el encargado de poner algo de orden en el caos, recopilar y repartir víveres y productos de primera necesidad, limpiar, buscar por el este y el sur de la Comunidad. La Dana -una Depresión Aislada en Niveles Bajos, fenómeno meteorológico común por estas partes del mundo- fue tan fuerte como se esperaba y no obstante los responsables no avisaron a tiempo, no subrayaron la gravedad del asunto. La gente totalmente desprevenida y sin la menor idea. No entiendo por qué, a sabiendas de que se venía un desastre, prefirieron concentrar su atención en todo lo otro. Luto nacional de tres días, eso sí. Porque han sido los voluntarios los responsables de la ayuda. Qué sorpresa. Una muestra de lo bueno que heredamos. Por algo aquel día Pedro Sánchez y los reyes han preferido huir de la lluvia de lodo e insultos que seguir en su tour del desastre. Habrá muchas e importantes consecuencias empezando por la infraestructura que por ahora nos tiene muy limitados.
Lo que me tiene incómodamente entumecida es el triunfo de Donald Trump. Despreciable hombrecillo por donde se le mire y aun así me quedo corta. Según los expertos fue la economía, según otros fue la misoginia y el racismo, no falta quien culpe a los medios de comunicación tradicionales, el caso es que ganó con todo y su falta de diplomacia. La REA la define como la “Rama de la política que se ocupa del estudio de las relaciones internacionales...Conjunto de los procedimientos que regulan las relaciones entre los estados”. Entre sus sinónimos se encuentran tacto, habilidad, sutileza, delicadeza; sus antónimos rudeza y torpeza. Donald Trump tiene todo menos diplomacia. Su escuela es la del bully, del que grita más fuerte, del que se burla, que no respeta, lleno de contradicciones y rodeado de personajes de pocos escrúpulos y dudosa reputación. Su compinche J.D. Vance de entrada, el ewok from hell, presumiendo una agenda retrógrada, la famosa 2025. Yo sólo pienso en Margaret Atwood, autora de The Handmaid’s Tale y su idea de que el totalitarismo empuja a las mujeres de regreso al hogar para privarlas de todos estos logros que pensaban que habían ganado. MAL.