Un repentino cabezazo, un parpadeo, el tiempo necesario, para tomar aire y llego diciembre. Listas y recopilaciones de lo bueno, lo malo, lo mejor de los últimos doce meses según los expertos en todos y ningún tema que aparecen en revistas, plataformas, correos; estadísticas, información no requerida ni solicitada pero que consumo con singular interés logrando así no pensar en lo mío, en mis propias listas. Sin embargo, como quien no quiere la cosa echo una miradita por el espejo retrovisor, hago balance y ante todo agradezco el privilegio de seguir aquí, haciendo cuentas, inventándome historias, elucubrando. Además, este año hay en casa arbolito de la estación decorado, algo que no se veía por aquí dese hace varias Navidades. Es de mentiras (“doble hoja”), recién adquirido en un establecimiento chino donde amablemente lo desmontaron del aparador. Era el último. Ya iluminado y con mi colección de esferas y monerías ha quedado sensacional. ¿Lo extrañaba? Intento descifrar lo que siento mientras observo cómo cambia el ritmo y color de las luces. Siempre fui de árbol de verdad, pinos de esos que huelen rico y tiran agujas con solo mirarlos. Pero ganó lo práctico. Hace algún tiempo leí por allí que son diez años los necesarios para hacer una verdadera diferencia en el medio ambiente; ya nada más faltan nueve.
Y así, de un solo jalón marco bajo “misión cumplida” tres cosas de la lista invisible, esa que está en la parte de mi cerebro que se encarga de estas cosas, los pequeños logros personales, los retos, las dudas, los pendientes, corajes, resentimientos, alegrías. Por ejemplo, este ano leí diez libros más que el promedio anual hasta ahora, pero no hubo lista ni material ni electrónica. En mi pantalla las recopilaciones con los recuerdos del año, memorias fotográficas, música, cada plataforma con lo mejor y lo peor de estos últimos doce meses según alguien que no soy yo. Grrr. Listas de regalos, de amistades, compromisos, deudas, cumpleaños, aniversarios propios y ajenos, lista negra. Que si la cena de Navidad y los regalos para la familia no pueden ir en la misma lista, aunque a final de cuentas se trate de lo mismo. Yo creo en las listas mas no ciegamente. Son útiles, por supuesto, y una de mis herramientas favoritas, pero son una guía, una manera de calcular por dónde voy en la vida, una interpretación subjetiva de logros o carencias que puede llegar a incomodar, al tiempo que son también una invitación a sentirse fuera de lugar, de moda, de popularidad, de planeta. Hacer una lista de lo que sea puede ser paralizante, tanto por hacer, resolver, no olvidar, al mismo tiempo, la satisfacción que me ofrece el poder darle tache a el pequeño o gran logro del día, mes, año.
Según algunas teorías psicológicas, el hecho de escribir listas de pendientes significa eficacia, productividad, orden, pero sobre todo una falsa sensación de seguridad y control, como que todo ha sido resuelto, aunque estemos a penas en el principio. La terapia Cognitiva Conductual, por ejemplo, es amante de ellas por su variedad al buscar mejorar hábitos y conductas por medio de actividades y rutinas nuevos que aparecen en la lista como quien no quiere la cosa y otorgan a la persona en cuestión la satisfacción de tachar algo tan sencillo como lavarse los dientes o salir a respirar aire fresco. Son particularmente útiles en casos de procrastinación, así que a tomar nota que todavía hay tiempo.