“Estresada y ansiosa”, es lo que mejor definiría mi estado de ánimo durante este año que ya se acaba, sin embargo, llevo varios días sintiéndome un poco más ligera. Primero, el hecho de que la amenaza naranja va de salida, después, una vacuna confiable y de marca conocida que busca iluminar el final del túnel. Mucho que celebrar, pero pocas maneras de hacerlo con las nuevas medidas de confinamiento en esta burbuja bizarra que es la Pandemia. Aquí en España, entre otras cosas se ha impuesto un toque de queda a partir de las 23 hrs. y hasta las 6 am y, está prohibido reunirse, afuera o adentro, con más de seis personas a la vez. Aunque en realidad nada de esto me afecta en lo personal, la presión mental es inevitable. Me siento con las alas atadas, sin poder volar, a veces a la defensiva, confundida, harta y cansada de dar vueltas y vueltas en este tren que nos está llevando a todos y nadie sabe hacia dónde. Al menos ahora siento que el tren bajará de velocidad y esa sensación eminente de choque de frente se irá disipando. Pero seguimos dentro de la burbuja. Afuera la vida sigue y contamos los días y los meses que llevamos en el martirio de la incertidumbre, sin hacer planes, trabajando, estudiando, socializando, viviendo desde casa, a través de una computadora, el teléfono o algo similar. El problema de este virus es que uno no sabe qué tan fuerte va a atacar, ni por donde, ni con qué consecuencias. Conozco a varias personas que usan mascarilla solo porque lo manda la ley y de preferencia no se cubren la nariz. “Nos quieren controlar”. Tantas teorías y rumores absurdos y otros francamente risibles. Que si los chinos y 5G, o Bill Gates y sus microchips, el Deep State, bla,bla,bla. Que si la economía, los derechos individuales, el sentido común, el egoísmo en subida y el respeto al prójimo de salida. Gel desinfectante y mascarilla obligatorios y nos vemos de lejitos. Abrazos y besos que van desapareciendo. En agosto del año pasado me atacó un virus raro que me tuvo un mes en otra dimensión. Ya de por sí las enfermedades respiratorias me atacan con la fuerza de Thor, pero lo que a mí me pasó fue tan preocupante que hasta al médico fui: me dijo que era influenza. No comí en 5 días por lo que no recuerdo si mis sentidos del olfato y gusto estaban funcionando, pero en general pasé por todos los demás síntomas de Covid-19. Fue horrible. Hay por ahí estudios e investigaciones que sugieren que el virus no empezó en Wuhan, China, en enero de 2020. Existen pruebas de su presencia en Francia desde diciembre, y en Barcelona desde marzo del 2019. Yo no sé. En occidente no se registró sino hasta marzo de este año con resultados catastróficos a todos niveles que siguen y seguirán afectando nuestro modo de ser, pensar y actuar. Soy muy respetuosa de la vida y preferencias de los demás, vive y deja vivir, pero en este caso donde todos tenemos un rol que asumir y la necedad y egoísmo de la gente puede más que yo. Que me tachen de borrego, no importa, yo hago lo que recomienda la ciencia, asumo mi responsabilidad ante la sociedad y sigo adelante como mejor puedo. Me da desilusión, dolor, tristeza y coraje darme cuenta de que para una gran mayoría que incluye amigos y conocidos, la pandemia no ha sido otra cosa que una inconveniencia en su vida diaria. ¿Por qué la gente no puede aceptar que por lo pronto y hasta nuevo aviso ésta es la nueva realidad? No hay de otra. Acostúmbrense.