Confinamiento, estado de alarma, aún así es posible conocer nuevos lugares sin romper la ley. No entrare en demasiados detalles, pero el otro día me invitaron a cenar, y lo interesante de la velada fue el precopeo, sin alcohol, en un club de cannabis en Ruzafa, el barrio de moda en Valencia. Esta parte de la ciudad está siendo gentrificada por lo que el establecimiento pasa totalmente desapercibido entre casas y escuelas, restaurantes y bares, estudios de yoga, hípsters, hippies y gente que se las dá de cool. El club o dispensario -concepto perfectamente alegal según me explicaron- es posible por una greyzone en las leyes españolas en donde el cultivo y consumo de marihuana para uso personal, médico o recreativo es permitido y en Valencia ya existen suficientes lugares como este para que los expertos se refieran a la ciudad como la Nueva Amesterdam. En este caso, los miembros del club pagan una anualidad que les permite comprar y consumir la yerba en cantidades limitadas y de vez en cuando llevar a un amig@, que es donde entro yo. Llegamos alrededor de las 7pm cuando la gente empieza a salir de sus casas para empezar la noche con el bullicio poco a poco subiendo de volumen. Ya con previa cita, socios e invitados entramos y salimos como si nada y sin molestar al vecino, ya que sólo está abierto entre 4 y 9 pm y hasta antes de las más recientes restricciones pandémicas, los viernes hasta las 11pm. Muy decente para Valencia donde antes del Covid la noche no acababa. El dispensario es un gran salón al que se llega pasando una barra en donde los socios se registran y aumentan o no el crédito de su cuenta. También en la barra refrescos, papas, donas, galletas, chelas y parafernalia alusiva al consumo del cannabis en varias de sus presentaciones. Al fondo, anchas columnas, Bob Marley y Amy Winehouse en los murales de la pared. Un futbolito, una mesa de billar, muchos sillones para apoltronarse. Video juegos, por supuesto, una mesa de póker, cartas, revistas. Un reloj que solo marca las 4:20. El piso rojo. La iluminación es discreta, con blancos bajos y, un enmarque colorido en la esquina musical donde los viernes en la noche un DJ impone el ambiente con buen reggae. Yo estoy sentada en la esquina contraria, con una luz negra a mi derecha, debajo de un monitor con la señal congelada. Ésto es algo nuevo totalmente ajeno a lo que estoy acostumbrada que por alguna razón me recuerda aquéllos primeros video-bares típicos de hace 40 años cuando se experimentaba con ideas y conceptos de ocio, los antros originales. Los dueños son tres millenials quienes vieron un nicho en el mercado y decidieron jugársela, ofreciendo al consumidor variedades de cannabis en yerba y concentrados con distintos efectos tanto medicinales como lúdicos: galletas, brownies, concentrados. Esta noche habemos solamente 2 personas de más de cincuenta entre todos los presentes quienes andan entre los treinta y los cuarenta. Muchos hombres pero también chavas solas o con amigas. Parejas. Literalmente cada quien en su onda, con educación y respeto para con los demás: “Hola”, “Hasta luego”. De este club, en la planta baja de un edificio X no salen borrachos a las 4 am cantando o escuchando reguetón, ni se suben a manejar intoxicados poniendo en peligro la vida de todos, como pasa con el alcohol. ¡Que vivan los fumetas!

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