Estuve en uno de esos países lejanos, de ensueño, polvoso, de tráfico ineludible, sin nada ni nadie que ordenase el caos. A echar lámina y cruzar las calles como en Saigón. Una de las civilizaciones más antiguas del mundo en pleno desarrollo. Mi hotel –muy venido a menos– en medio de algo así como el Eje 5 y alguna glorieta sin semáforos ni carriles. El aire entre nublado y contaminado, prefiero creer lo primero. Salidas a las 4 de la mañana, vuelos absurdamente retrasados, propina por respirar. Ah, pero qué bien me la pase. Tantas similitudes con la CDMX y al mismo tiempo el caos organizado que solo he visto en ciudades postmodernas como Bangkok, Yakarta o el Viejo Cairo. No hubo rato libre entre el museo y el aeropuerto; escala donde los Jetseteros y tienda duty free. Esa última mañana hubiese preferido ir a un templo de cualquier denominación que ver más reliquias, pero un tour es un tour y el estrés pudo más que yo: “No me toques!”, “No me empujes” nos gritamos un fulano y yo. Hubo empate. Un país impactante que recorrí por agua, cielo y tierra admirando partes de su historia, su gente, sus carreteras sin baches. Wiki lo describe como una república semipresidencialista cuya capital tiene casi el mismo número de millones que el otrora DF. También hay transporte colectivo y metro, aunque una gran mayoría se moviliza en coches golpeados, camionetas tipo pesero, mulas, caballos; cruzar las calles a pie es igual de caótico, con sillas y mesas de plástico donde sirven café, elotes en mazorca y camotes a la venta también en plena avenida, mejor evitarlo.

El guía, un local occidentalizado no muy lejos de los 40 no podía estar más orgulloso de su tierra, sus raíces, su gobierno. De cómo este último está poniendo su apuesta en el ya saturado turismo, aunque su flujo de otros ingresos sigue hasta ahora bastante saludable. Muchos millones de dólares y muchos años se han gastado en un complejo turístico muy cercano a la capital donde prometen hoteles de primera, sitios de ocio, restaurantes y acceso directo a uno de los museos más impactantes del mundo con ruinas adjuntas. El entusiasta guía también nos contó como el gobierno intenta hermosear –mas no gentrificar– las áreas cercanas a los monumentos más famosos: que no se vean las botellas de plástico acumuladas en esquinas y canales, los popotes, los tetra packs; busca también que la población que vive y trabaja cerca de las ruinas se vaya del lugar, a cambio recibirán un departamento en alguna ciudad cercana o hasta el 70% del valor actual, la cosa es que se vaya. Y es que al parecer las afueras funcionan, prosperan, aunque no todos estén convencidos. Tampoco se comentó mucho el rango que este país ocupa en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparency International (2023), un terrible 35 en comparación al 31 de la República Mexicana tan solo un año antes (100 siendo el menos corrupto).

Fueron muchas horas de regreso en el avión y puse El Padrino (1972) que no había vuelto a ver en muchísimos años. Se me quedó grabada la escena en que Kay va en la calle con quienes supongo son sus alumnos, y Michael aparece de la nada, se baja del coche, le explica, le dice, caminan, ella no quiere saber, no quiere creer. “Who is being naive, Kay?”, pregunta Michael, y así me siento un poco. Tantas culturas. Tantas historias. Todas entrelazadas de alguna manera a través de los años, los mitos, las verdades a medias, las costumbres, los secretos.

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