La gente hace cola desde las 6:30 de la mañana, cuando el sol está saliendo, cuando el ambiente esta aún fresco y estar a la intemperie es una delicia. Pero conforme el sol saluda, la temperatura sube y la cola se va alargando, y cada vez más y más y se colocan las vallas y así, a todo lo ancho y prácticamente todo lo largo de la Plaza de la Virgen, la gente hace cola para poder besar la mano de la figura de madera –el icono- de la Virgen de los Desamparados y yo no logro entenderlo. Sí, es la Santa Patrona de Valencia y todo lo que conlleva el cargo, pero esta tradición que data que data del siglo pasado (según a quien se le pregunte) es como un beso colectivo, un intercambio de gérmenes peligroso de por sí, pero más aún dada la edad de los y las fieles que van a pedir favores. Y no estoy discriminando sino siendo más que inclusiva ya que sí es notoria la falta de creyentes de menos de 50 años en la aparentemente interminable fila que desfila ante la Mare de Deu. Conocidos y conocidas valencianas a quienes he preguntado me han respondido con cara de “Yo tampoco entiendo” y, todos y todas coinciden en que es algo terriblemente antihigiénico.

Las cuatro de la tarde y el sol a todo lo que arde. Yo estoy en la sombrita tomándome un refresco con hielos y desde mi mesa observo la cola, los abanicos, paraguas y parasoles naranja, rojos, rosas y, un predominio de tonos lila –el color de temporada. Al fondo está también un equipo de la Cruz Roja sentados alrededor de una mesa techada que no sé precisamente lo que está haciendo; dos ambulancias y, como todos los domingos y en ocasiones como ésta, la tienda oficial de la Mare de Deu con estampitas, rosarios y recuerdos por el estilo. Estamos a 26 grados centígrados, sin viento, y el año pasado fueron 35 mil personas las registradas por las puertas de la basílica, por lo que las precauciones no están por demás. Esta extraña tradición religiosa es inofensiva si la comparamos con la de otros países o culturas. En mi mundo idealizado una tradición funge como tal cuando tiene la capacidad de llenar un vacío real o imaginario; cuando nos trae alegría. La RAE la define como “Transmisión de...doctrinas, ritos, costumbres, etcétera hecha de generación en generación”. Pero el mundo va evolucionando y con él sus tradiciones, no estoy segura de que el Besamanos sobreviva por siglos, por otro lado, desde el auge del turismo masivo, las tradiciones se propagan, se adoptan o al menos se hace el intento. Por ejemplo, en el templo de Karnak en Luxor, Egipto, existe la figura de un escarabajo que promete buena suerte a aquellas personas que le den siete vueltas. Allí estuve y seguí las instrucciones, pero sigo sin ver claro. ¿Habrá sido falta de fe o que di una vuelta de más? Y quien sea de la opinión de que este tipo de apropiación cultural es mal karma, de una vez les digo que difiero: la intención es lo que cuenta.

Para las ocho de la noche ya fui y regresé varias veces. Los fieles no paran de llegar. Hay cola para hacer cola. La basílica permanecerá abierta hasta que el último fiel haga acto de presencia. Checo por última vez a las 23:30 y sigue habiendo gente. Mi amigo Javier –español, cínico e irreverente- hace cuentas con el precio de las estampitas alusivas y calcula varios miles de euros por un solo día de trabajo, además, afirma que la mayoría de los presentes van con todo y a pesar de pecar el resto del año. ¿Por qué será que la historia me suena familiar?

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