La noticia del final de MTV me tomó totalmente por sorpresa, pero no me extrañó del todo: hace mucho que dejó su propósito original de transmitir música que se ve, videos musicales con o sin historia al son del grupo o cantante de moda. Yo podía pasar horas enteras, boquiabierta, absorbiendo cada nota, cada palabra, cada toma, registrando vestuario y maquillaje para actualizar el mío. Pero con el paso del tiempo la generación MTV fue también evolucionando: nuevos retos, oportunidades, responsabilidades, hitos. No obstante, habrán sido 44 años de transmisión ininterrumpida a finales de este año, un montonal de tiempo por donde se le vea y, eso me dejó pensando.

No siempre me gusta hacer cuentas porque la suma de los años a veces pesa, pero es interesante lo que como generación nos ha tocado vivir. Si usted, amable lector, lectora, nació como yo en la década de los sesenta, ha vivido a lo largo de siete décadas, dos siglos, y dos milenios. No sólo hemos sido testigos, hemos vivido en carne propia circunstancias importantes en el mundo como por ejemplo la caída del muro de Berlín. Yo recuerdo las imágenes en la tele, en vivo y a todo color, gente sonriente y esperanzada, triunfante; unos meses después las transmisiones desde Rumanía, las ejecuciones de Nicolau y Elena Ceausescu, la dolorosa desolación de los huérfanos, los horrores. Un par de años y llega la disolución de la URSS. El siglo XX no terminaba y el XXI pintaba bien. Sin embargo, siguieron las guerras, los conflictos geopolíticos, la inflación, el descontento. Con el ataque a las Torres Gemelas, el panorama volvió a cambiar. Y se fue complicando, se perdió la confianza, el respeto. Y todo lo anterior es solo una pequeña parte de lo que ha pasado para llegar a este momento de incertidumbre y alienación. Lo que es seguro es que el mundo está pasando por un momento de transición cuyo futuro desconocemos.

Luego, está todo lo personal. ¿Cuántas veces nos enamoramos? Y cuando se fue el amor, ¿qué tiempo pasó para volver a hacerlo? Nos casamos, nos divorciamos, una o varias veces, tuvimos hijos -o no. Penas, pérdidas, momentos de felicidad de esos que no caben el corazón. Desilusiones. La pandemia, que si bien fue un fenómeno global, cada quien la vivió a su manera. MTV nos vio crecer y sin darnos cuenta convertirnos en cincuentones y sesentones con alma de veintitantos. A veces el espejo me toma inadvertida, el reflejo en un aparador: ¿Por qué estoy vestida como señora? Y luego me acuerdo…

¿Tendrá algún significado el 44? En las matemáticas, un número feliz cuya definición y fórmula van más allá de lo que yo pudiese entender, ya ni hablemos de explicar. En el zodíaco, un cúmulo abierto en la constelación de Cáncer, “un grupo de centenares a miles de estrellas jóvenes que se formaron a partir de la misma nube de gas y polvo y que se mantienen unidas por la gravedad (con) estructura asimétrica e indefinida”, una bellísima metáfora para una generación de chile, dulce y manteca que, en teoría, ha alcanzado la sabiduría de la madurez que “te anima a seguir construyendo desde tu esencia, equilibrando el amor, el trabajo y la conexión con el mundo”(IG). El signo de Cáncer nos convierte en personas apasionadas, protectoras y familiares, pero también sensibles y temperamentales. En numerología, este es un “numero maestro que representa la estabilidad, el trabajo duro y la construcción de bases sólidas” (AI) “Fascinante” -diría Spock.

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