Que un hombre haga público que tiene problemas “allá abajo” es muy poco común, a los hombres no les gusta hablar de estas cosas. Que el rey Carlos III de Inglaterra lo hiciese es doblemente admirable. Si bien el problema de próstata quedó resuelto sin mayores complicaciones, el lunes cinco, el Palacio de Buckingham anuncio que el rey tiene cáncer.  Como es costumbre con estos personajes en situaciones difíciles, los detalles de la enfermedad se han mantenido hasta ahora en secreto, pero se sabe que el rey ya está en tratamiento. ¿Quimioterapia? ¿Radioterapia? ¿Ambas? ¿Por cuánto tiempo?  Quedó también claro que el rey desaparecerá del ojo público durante el mismo, mas continuará con sus responsabilidades administrativas desde Sandringham, su residencia en Norfolk, mientras el resto de la familia redobla el paso. La noticia me tomó totalmente por sorpresa y reconozco que lo primero que me vino a la cabeza fue la logística, cómo cambiarían los roles en Palacio, pensé en el funeral de la reina Isabel II, mi imaginación se echó a volar. No ahora. No tan pronto. No quiero especular.

Cáncer. No es necesaria mayor explicación. Se han identificado más de 100 tipos distintos. Las primeras incidencias de esta enfermedad aparecen alrededor del ano 1600 AC y hoy por hoy se ha vuelto común: Todos y todas conocemos a alguien que ha pasado por esta enfermedad en alguna de sus manifestaciones. Rey, plebeyo, noble, el cáncer no respeta status. En 2020, fueron detectados a nivel mundial 18,094 millones de casos sin contar el de piel (WCRF).  Los más frecuentes son en mama, pulmón y colon. Se suele calificar en cuatro etapas, siendo esta ultima la más difícil de tratar por lo avanzado de su estado.  La enfermedad no es discreta: la caída del pelo, el tono gris en la piel, los efectos de la cortisona, la fatiga, las miradas de extraños mezcla entre horror y compasión. Los conocidos fingen demencia, de pronto no reconocen; decir “¿Como sigues?,  Suerte” se vuelve prácticamente imposible. El admitir, reconocer lo que es obvio deja a la gente sin palabras. Mejor no voltear, no saludar, no darse por enterado, no vaya a ser contagioso.

Camilla nunca quiso ser reina y ahí la tenemos, al pie del cañón. En un intento por no preocupar al pueblo, continúa con sus actividades y compromisos sonriente, tranquila, agradecida por “tantas muestras de cariño” al igual que William, heredero al trono, quien se vio obligado a modificar los días destinados a su familia después de la operación de abdomen de Kate Middleton, su esposa. Ser príncipe heredero implica sacrificios. Con todo lo que ha pasado alrededor de la familia real británica, los pocos integrantes que aún representan la Corona redoblan sus labores y obligaciones. Never complain. Never explain. Harry, mientras tanto, viaja, entrega premios y, lanza con Meghan, su esposa, su nueva plataforma:   La vida sigue.

Tener cáncer ya no es significa muerte asegurada, pero, aunque desaparece nunca se va. Abandona el cuerpo mas no la mente, ha encontrado un lugarcito de donde no saldrá jamás. Cicatrices físicas, mentales. A partir del diagnóstico y hasta el final habrá pruebas físicas, psicológicas, dudas, miedos, memoria de los días en que fuimos guerreros, la espada siempre al costado. Pero también determinación, valentía, resiliencia, esperanza. Como dijo John Diamond, el periodista inglés (1953-2001), “Cáncer es una palabra, no una sentencia”.

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