Tauromaquia, la fiesta de los toros, donde todos se divierten menos el festejado. Después del barullo del fin de semana pasado y el subsecuente amparo del miércoles, han quedado suspendidas por lo pronto las corridas de toros en la Plaza México... Me quedé pensando: ¿en qué momento de la vida se decidió que la tauromaquia es un arte? En 1817, de hecho, cuando la palabra aparece por primera vez en la quinta edición del Diccionario de la lengua castellana por la Real Academia Española: “El arte de lidiar y matar toros”. Sin embargo, para 1884 la definición pasa a ser “Arte de lidiar los toros”, la cual continúa hasta nuestros días. Si bien la ausencia de la palabra “matar” en un principio me entusiasmó, su definición hace su uso irrelevante. Lidiar significa “luchar con el toro incitándolo y esquivando sus arremetidas hasta darle muerte”. Una práctica. Una tradición. Una manera cruel y ventajosa de quitarle la vida a un animal indefenso para que un fulano en pantalón entallado se pare el cuello al grito de Ole! Plaza llena. Gritos. Ruido y movimiento todo alrededor. Una vez en el ruedo, el confundido toro es provocado una y otra vez por uno, por otro, a caballo, luego vienen las banderillas, la sangre, el estoque. Matar toros como espectáculo empezó hace muchos años por supuesto, originalmente como show para los nobles y, cuando éstos se aburrieron, los plebeyos acogieron la práctica con singular alegría. Y siguen.
Me parece increíble que en pleno siglo XXI exista gente que se emocione por participar en un evento para mi barbárico y retrógrada, en verdad no lo entiendo. Estando en preparatoria, en los setentas, llegué a asistir a un par de “novilladas” donde contemporáneos de varias escuelas se envalentonaban con cubas o micheladas y saltaban al ruedo. Salía entonces un becerrito al cual medio se acercaban solo para huir despavoridos a la primera oportunidad. Era divertido, ingenioso, los animalillos ignorando los fallidos intentos de los chavos. Nadie sufría más que la cruda del día siguiente. A una verdadera corrida no fui sino hasta los noventas, a la Plaza México por supuesto, una experiencia inolvidable que jamás se repetirá. Fue terriblemente incómodo. Pasé la mayor parte del tiempo mirando hacia otro lado, estremecida, no queriendo más ser testigo de tal salvajada. Me salí antes.
A lo mejor soy muy ingenua, pero habría que empezar por redefinir la tauromaquia, remplazar el lidiar con algo que no implique tortura y muerte. Porque el toro actúa por instinto. El torero aprende, practica, sabe a lo que va; se admira su gracia, su precisión con la muleta, su estilo. El arte en el que tanto insisten los conocedores no es sino una técnica aunada a una serie de reglas establecidas con calzador. Mejor juzgar a seis toreros compitiendo entre sí. El ganador recibe un trofeo en forma de la magnífica bestia y los demás el aplauso del público. Un buen toro da batalla y acompaña al torero en esa danza tan peculiar, observa, se desplaza, actúa. El mismo diputado Gabriel Quadri, defensor de la causa, escribió por allí “Majestuosos animales, libertad, tradición, arte, entrega, pasión...” ¿Por qué matarlo? Quien busca probar su proeza, habilidad artística, nivel de testosterona o no sé qué, es el humano, no el animal. Todas y Todos por Amor a los Toros, es la AC responsable de la suspensión. Aplauso. Quadri no deja de hablar de ignorancia, hipocresía, autoritarismo. La arrogancia.