El gran maestro de la narrativa contemporánea, Fernando del Paso, nació el 1 de abril de 1935 y Juan Villoro nos invitó a compartir recuerdos, percepciones, análisis de su obra y el reconocimiento a su creatividad y a su gusto por las corbatas incendiarias. Noventa años cumplió el creador de espacios, palabras y personajes, y nos reunimos para celebrar y cantar “San Francisco”, de Scott Mckenzie, “South of the border” (Down Mexico Way), de Patsy Cline y “La Paloma”, de Sebastián Iradier, la versión de Nana Mouskouri. Claro, porque aunque Fernando del Paso se fue el 18 de noviembre de 2018, siempre cumplirá años.

Juan Villoro, además de coordinar el homenaje, fungió como moderador. A su izquierda estaban Alejandro Espinoza Fuentes y Carlos Mariscal de Gante. A su derecha, Carmen Villoro y Élmer Mendoza. Carmen disertó sobre el artista, el hombre que escribe, dibuja, piensa, sonríe, conversa con la loca de la casa de Malebranche, de su amor por la cocina. Habló del amigo con quien podía platicar, evaluar los silencios y la relojería del universo. Juan, inducido por Andy Warhol, sugirió 15 minutos a cada quien y nos acercó a la personalidad del maestro, a su paciencia, a su gusto por la cocina y a su vestuario. Trajes verde que te quiero verde, corbatas amarillas Mauricio Babilonia, zapatos negros Joseph Conrad.

En la primera fila de una sala llena, Maximiliano y Carlota escuchaban atentos cómo es y qué hacía el hombre que los puso en la mente del mundo actual. A su lado, José Trigo meditaba en trenes y calles inundadas. Palinuro lucía relajado, deseoso de recorrer el mundo. Linda observaba la belleza de la emperatriz y David jugaba con una llave inglesa ante la mirada escrutadora de Tere Vicencio que no deseaba agresiones en El Colegio. Paulina la tranquilizó.

Carlos leyó sobre Palinuro de México y la profunda amistad que mantenía con Palinuro, el piloto de Eneas y el arte de navegar de noche. Nos regaló una cadena de símbolos que unen ambos personajes y las acechanzas del destino para cada uno, algo que escapaba de su control. Supimos que la diferencia entre el mar y el centro de la Ciudad de México es una hoja de parra donde abundan las tiendas de campaña. Carlos es académico y lo dejó claro en su texto, una visión absolutamente contemporánea de la obra del maestro que jamás me pareció un autor barroco. Alejandro fue la gracia plena. Un acercamiento desenfadado pero profundo a José Trigo, la novela con que Fernando del Paso nos mostró otro ruta para la novelística mexicana. Alejandro nos quitó la venda de la mano que niega. Claro, es una novela que la puede leer cualquiera, sobre todo un joven que está entrando en sí mismo y no confía en los espejos. Ni en los espejismos. Mientras leía y el público respondía, Juan y yo hacíamos gestos de aprobación. Que Carlos con su lucidez y el lúdico Alejandro se ocupen de la obra del maestro, siendo tan jóvenes, es una señal de que, como decía Joyce de Ulises, pasarán 300 años y seguirán hablando de ella.

Élmer, qué remedio, propuso que Linda 67, la novela policiaca de Fernando del Paso, se leyera como parte de su obra, que no debía ser marginada como una novela menor. Destacó el conocimiento del maestro del género y la manera de explorar la matrix de Poe desde su estética personal, donde los personajes crecen página a página, en un discurso donde las elipsis tienen mucho sentido y son un resorte en el trascurso de la historia. La verdad es que la pasamos súper. ¡Gracias!

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