La relación entre el Estado y la iglesia tiene distintas dinámicas, resultado de complejos y singulares procesos históricos. Lo más notable es que los Estados tienen su propia historia y en muchos casos su fundación es reciente, pero las iglesias de Estado son mucho más longevas, tienen cientos o miles de años.
El modelo fue desarrollado por el Imperio Romano. Cuando se inicia su decadencia, los intentos de mantener su propia religión romana imperial, entró en crisis por la renuencia de los judíos a practicarla, aunque aceptaban pagar los tributos, a la confrontación de los cristianos que seguían los dictados de Jesús de Nazareth y con su constancia y el poder de la conciencia obligaron al Imperio a emitir el Edicto de Milán (313) que garantizaba la libertad de cultos en el Imperio Romano, con lo cual cesaba la persecución a los cristianos y a su vez abría la puerta para la adopción del cristianismo como religión de Estado.
Lo demás es una historia bastante conocida y la Iglesia se transformaría en un proceso y mecanismo de legitimación de los monarcas y sistemas políticos republicanos. Esto les daría a las iglesias un papel preponderante y a su vez, emplearía esos mecanismos para desplazar a su competencia, las religiones de los pueblos de los vencidos se transformarían en “idolatrías, supersticiones y paganismo”, sus sacerdotes serían descalificados como brujos. A esto se le agregaría otra estrategia, la cooptación de sus sitios sagrados, según instrucciones del papa San Gregorio Magno (599):
“Los templos de los ídolos de aquellas gentes no deben ser destruidos; sólo los ídolos que en ellas se encuentran; que con agua bendita se rocíen y bendigan los mismos templos, que sean construidos los altares y depositadas las reliquias: porque si los mencionados templos están bien construidos, es necesario que ellos vean cambiado su antiguo culto a los demonios por el culto al verdadero Dios; que mientras el pueblo no vea sus templos destruidos, más fácilmente podrán abandonar el error de su alma y ser movidos con mayor prontitud, al frecuentar sus lugares acostumbrados, al conocimiento y adoración del verdadero Dios”. Eso instruyó la creación de lo que algunos llaman sincretismo.
En sentido estricto el catolicismo romano se basó en la creación de iglesias nacionales, que también llaman iglesias particulares, cada obispo debe adaptar las enseñanzas de la iglesia a la cultura local, regional o nacional. En este contexto las iglesias locales hacen sus “arreglos”, pero la legitimidad radica en el romano Pontífice, mientras que las creaciones locales son degradadas a “catolicismos populares” o “religiosidades”, descalificando así las construcciones de las culturas locales y consagrando el poder eclesiástico sobre los poderes locales.
Ese modelo se instaló durante más de un milenio hasta que la Reforma Luterana lo cuestionó. Las distorsiones entre la tradición, lo que decían los papas, y las Sagradas Escrituras llevaron a un monje agustino a cuestionar la legitimidad del Papa, de la Iglesia Católica abriendo así la puerta a la búsqueda de otra legitimidad, la de los pueblos. Los príncipes luteranos y el rey de Inglaterra cuestionaron la legitimidad papal y finalmente la Revolución Norteamericana (1775) y la Revolución Francesa (1789), definieron la soberanía de los pueblos.
La Iglesia Católica supo adaptarse a los nuevos tiempos y las iglesias luteranas y ortodoxas se transformarían en mecanismos de legitimación de los reyes locales. El asunto se complicaría aún más, con el desarrollo de las clases sociales y las lealtades étnicas y nacionales, desarrollándose así iglesias que representaban a los grupos y pueblos dominados y oprimidos, como es el caso de las iglesias, religiones y teologías africanas y de los pueblos originarios en el continente americano. Sus estructuras religiosas se transforman en estratégicas de resistencia política frente a las oligarquías locales y multinacionales.
En este terreno el presidente Trump ha sido un innovador, desechó a las jerarquías católicas y protestantes de los Estados Unidos que ambicionaban obtener el control de la Oficina de Fe de la Casa Blanca y eligió a la lideresa de una megaiglesia de Florida, la telepredicadora Paula White-Cain, surgida en el contexto de la Teología de la Prosperidad y con muy escasos méritos teológicos. Recientemente organizó la Primera Reunión de Fe y Negocios, donde participó Trump con mucho entusiasmo, podemos así entender por que mutó de presbiteriano a cristiano no denominacional.
El problema que muchas veces no entienden los políticos y gobiernos locales y nacionales es que “sólo ven el árbol, pero no quieren ver el bosque”, tienen la ilusión de qué negociando con los jerarcas eclesiásticos, ya tienen en el bolsillo a sus millones de feligreses. El desafío para los políticos está en cómo bajar de la cúpula a la base de sus respectivas sociedades y para las iglesias entender que las culturas son dinámicas y cambiantes y las creencias de sus feligreses dinámicas y cambiantes, aunque probablemente no les interese, pues sólo les preocupa negociar con los poderosos. Después buscarán a los científicos sociales para que les expliquen por qué sus templos están vacíos.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH