A fines del siglo pasado Harold Bloom publicó un excelente y controvertido texto sobre la Religión americana donde afirmaba que los estadounidenses no eran exactamente cristianos, aunque es habitual que se presenten como una nación cristiana, sino que en realidad eran agnósticos; planteaba que los norteamericanos tienen una espiritualidad individual precristiana, colocándose por encima de Dios y de la Creación. Al final de su libro hace algunos señalamientos y predicciones, expone el drama de algunos teleevengelistas caídos en desgracia por abusos sexuales y además predice el futuro de algunas iglesias.
La existencia de depredadores sexuales en las iglesias ya no es un tema a nivel periodístico, los escándalos de abusos sexuales en la Iglesia Católica han puesto a la misma en entredicho en Europa y varios continentes. También el mundo evangélico las denuncias sobre abusos de los pastores no son una novedad, recientemente Christianity Today analizó ocho escándalos de abusos protagonizados por importantes pastores de megaiglesias en la zona de Dallas, Texas que involucran más de 50,000 feligreses que asisten todas las semanas a los servicios religiosos. Sin entrar en detalles en términos estadísticos, la pregunta que surge es si en otras regiones de ese y otros países no suceden cosas similares.
Los antropólogos trabajamos, entre otras cuestiones, las tensiones entre cultura ideal (lo que debería hacerse) y la cultura real (lo que se hace), en realidad esta dicotomía no la descubrimos nosotros; recordemos que Jesús de Nazareth hace dos mil años increpó a la muchedumbre que estaba decidida a lapidar (matar a pedradas) a una mujer adúltera, reclamándoles que “el que no tenga pecado, arroje la primera piedra” Juan 8.7, y la multitud se retiró avergonzada.
El Seminario de Historia de Mentalidades del Instituto Nacional de Antropología e Historia hizo importantes investigaciones sobre la ruptura del sistema normativo por los religiosos en el período colonial español y podríamos concluir que las violaciones a las normas morales no empezaron en el siglo XX como algunos obispos tratan de “responsabilizar” a la Generación de 1968 del Relativismo Moral, sino que viene de siglos atrás. Algo similar podemos decir del mundo evangélico, hay quienes decían que la abolición del celibato sacerdotal que impulsó la Reforma Luterana podría controlar estas situaciones y vemos que los problemas se repiten.
Recientemente hubo también escándalos similares en otro contexto menos sacralizado como el mundo del espectáculo e importantes productores han sido enjuiciados por cuestiones parecidas, esto nos obliga a tratar de ponderar el proceso de estas violaciones a los derechos humanos y podríamos trabajar otra hipótesis referida a aspectos vinculados a las situaciones de poder.
La definición mas elemental de poder en antropología está referida a la capacidad de influir sobre los comportamientos de las personas, en esta perspectiva tienen poder muchos actores sociales, pero evidentemente un productor cinematográfico, un pastor de una megaiglesia que congrega miles de creyentes o un sacerdote que pastorea una parroquia donde tiene centenares de feligreses, por su posición estructural tienen capacidad de influir en el comportamiento de las personas.
Existe una diferencia cualitativa entre el productor cinematográfico, el pastor, sacerdote, jerarca religioso o similares y está referido a la incongruencia entre lo que se dice y lo que se hace. Los jerarcas religiosos se colocan como jueces del comportamiento de las personas, ellos se posicionan como depositarios y garantes de la conciencia moral de la sociedad y terminan siendo no sólo depredadores sexuales, sino también mentirosos, cuando pretenden elevarse por encima de los demás como si fueran un ejemplo para la sociedad, esta antinomia es lo que produce indignación y también pérdida de fe en los creyentes.
Un psicólogo clínico, especializado en este tipo de problemas señalaba que alrededor del 8% de los religiosos tenía este tipo de conductas antisociales y violatorias de los derechos de sus propios feligreses. En lo personal conozco religiosos y religiosas de distintas iglesias y denominaciones que considero son modelos para la sociedad por sus méritos personales y congruencia en sus comportamientos personales. El problema más complejo es la renuencia de quienes tienen posiciones de liderazgo en las iglesias para abordar en forma decidida y consistente esta ruptura de las normas institucionales.
Otro aspecto mas intrigante es la capacidad que tienen estos personajes de impactar en las clases altas. En muchos casos sus iglesias y congregaciones religiosas se transforman en puntos de referencia de la teología de la prosperidad y reciben cuantiosas donaciones y en muchos casos terminan asociándose con sus benefactores. Llama la atención como empresarios de gran calado respaldan en forma decidida, y al margen de las malas experiencias, a estos líderes religiosos, pareciera que los hombres de poder no pueden reconocer sus errores y aceptar que al enviar a sus hijos a estas instituciones tóxicas los pusieron en peligro. Los poderosos sufren de omnipotencia, se sienten “todopoderosos y soberanos”.
Un dicho popular afirma que el “poder obnubila (enajena) a los inteligentes y enloquece a los tontos”