En estos momentos el mundo está sacudido por la intensidad de los procesos migratorios y es un tema prioritario en el Primer y Segundo Mundo. La polémica sobre el impacto de la migración se ha transformado en la estrategia para mantener sus espacios políticos ganados en el proceso electoral que designó al presidente Trump y le permitió además tener el control del Poder Legislativo.
En Europa Occidental la cuestión migratoria es el caballito de batalla de la llamada ultraderecha, y por cierto su rechazo frontal a los migrantes les garantiza continuos avances electorales. En lo que fuera el Segundo Mundo, los países de influencia rusa, los migrantes no son una variable visible, simplemente porque no los dejan entrar y les facilitan su ingreso a la Europa tradicional.
Hay una realidad demográfica evidente y es que tanto europeos como norteamericanos tienen una baja demográfica notable y crecientes necesidades de mano de obra que sus propios connacionales no les permiten cubrir y deberían articular entonces la apertura de sus fronteras, pero esto no ocurre. Trataré de explicar estos comportamientos aparentemente anómalos desde la etnología y la antropología de las religiones.
En la segunda mitad del siglo XX varios países europeos abrieron sus fronteras a la migración africana y asiática, mientras que otros hicieron énfasis en “recuperar” a quienes habían salido de sus países en el siglo XIX. Suecia y la República Federal Alemana aceptaron a grandes contingentes de población, muchos de ellos de religión musulmana. Actualmente en Suecia existe la convicción de que le fallaron los mecanismos de asimilación de esta población y que no lograron integrarla a su cultura. Algo similar sucede en Alemania, donde la mayoría de la población migrante es de Turquía, curiosamente el movimiento migratorio “occidentalizó” a este país y están en posibilidad de impulsar cambios en las estructuras sociales y políticas turcas.
Por lo contrario, España e Italia aplicaron estrategias para traer a los descendientes latinoamericanos que ante las crisis estructurales sistémicas de América Latina estaban interesados en regresar a la tierra de sus ancestros. Aun así, los déficits poblacionales se mantienen y el conflicto con los migrantes africanos y musulmanes está vigente.
En los Estados Unidos la cuestión se mezcla con un racismo militante de la mayoría WASP (blanca, anglosajona y protestante) que históricamente logró instalar sus metas culturales como las dominantes en esa sociedad. Constantemente trajo migrantes, pero las empresas multinacionales decidieron deslocalizar la industria y llevarla a los países del Tercer Mundo, donde la mano de obra era radicalmente menos costosa. La desindustrialización transformó a los Estados Unidos en un país de servicios, para lo cual no se requiere mucha calificación y los trabajadores de la periferia estaban dispuestos a hacerlos, ante la crisis estructural de sus países impactados por una serie de problemas heredados, las sequias resultado del cambio climático y los procesos de crisis estructural, como resultado de la dependencia del Primer Mundo.
Esta situación generó nuevos problemas en el país receptor y es el choque cultural entre los WASP y los migrantes en su mayoría católicos, de otro “color” y con prácticas culturales distintas y que mantienen sus tradiciones étnico nacionales. Esto es percibido como una amenaza para los WASP que no quieren aceptar los problemas internos de su proyecto cultural e histórico. Lo más delicado es la alienación de los migrantes con más de diez años de estancia, quienes en muchos casos apoyan las políticas de Trump y exigen sanciones a quienes no tienen “papeles”, cuando la mayoría de ellos entraron como turista y luego legalizaron su situación. Esta hipocresía estructural es letal para muchos migrantes que llegaron recientemente pues sirve para avalar a Trump.
En ese contexto, la oposición a Trump no reivindica a los “migrantes sin papeles”, sino que hace énfasis en la democracia: “No Kings” (sin Reyes), criticando el autoritarismo de Trump, quien rechaza cualquier requerimiento del Poder Judicial que le sea adverso, pero no necesariamente defiende a los migrantes. En esto es vital el papel de la Iglesia Católica norteamericana que defiende y apoyó a Trump. Incluso el hermano mayor del papa León XIV es católico y apoya a Trump en la persecución de los migrantes, “sé que mi hermano (el Papa) no estará de acuerdo conmigo”, aclara en una interesante entrevista, que muestra la hegemonía cultural WASP sobre los católicos norteamericanos.
En estas perspectivas racistas, “todos somos iguales ante Dios, pero algunos son más iguales”
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH