Los Estados Unidos son un caso muy interesante de estado laico fundado por disidentes religiosos que no estaban dispuestos a financiar con sus impuestos las aventuras bélicas del Rey de Inglaterra. Estas disidencias religiosas se sintieron con suficiente fuerza y presencia social como para insurreccionarse contra la monarquía británica y fundar una república en nombre de Dios, sin religión de Estado, en 1776, donde se consideraba ciudadano a la población WASP (blanca, anglosajona y protestante). Por el contrario, en lo que hoy es Canadá dominaban los anglicanos, quienes fueron leales a la Corona Británica.
Los afroamericanos deberían esperar un siglo para que se aboliera la esclavitad, y para que la población originaria (native) sobreviviente de las masacres tuviera derecho a ejercer el voto desde 1924. Las movilizaciones dirigidas por el pastor bautista afro Martin Luther King, en los años sesenta el siglo pasado, mostrarían que “podrían ser iguales”, pero que había algunos, los WASP, que “eran más iguales”.
Hay muchos estudios sobre lo religioso en la vida pública en la cual las iglesias no pueden “meterse en política”, pero cada vez se involucran en los procesos de legitimación y construcción de consensos violando así el mandato de los “Padres Fundadores”. Los políticos constantemente recurren a sacerdotes, pastores, rabinos, imanes y gurús para lograr su apoyo y el de los asistentes a sus iglesias, sinagogas, mezquitas y ashrams. Configurando así un modo compartido de “ser religioso”, al margen de cualquier nomenclatura religiosa, lo que algunos autores llaman la construcción de un “modo americano de vivir las religiones”, una “religión civil americana” en los términos de la cultura y la identidad nacional de los norteamericanos.
Esto puede verse en los cultos religiosos que acompañaron a la Inauguración del mandato presidencial de Donald Trump y su vicepresidente James David Vance. Recordemos que Trump en el 2020 decidió abandonar el presbiterianismo y se definió como cristiano no denominacional, no vinculado con ninguna iglesia específica.
Vance es un caso más interesante, nació (1984) como James Donald Bowman, sus padres se divorciaron y fue adoptado por el tercer esposo de su madre como James David Hamel. Su madre era muy pobre y tenía problemas de adicciones. Fue criado por su abuela materna, quien le inculcó ideas protestantes conservadoras y la predilección por las armas; la señora tenía una colección de 19 pistolas. Vance ingresó a la Infantería de Marina, estudió ciencias políticas y abogacía. Al casarse (2014) se cambió el nombre y adoptó el apellido de sus abuelos maternos Vance y en 2019 se convirtió al catolicismo, eligiendo a San Agustín de Hipona como su santo de confirmación, describiendo la influencia de su teología en sus ideas políticas.
En la Ceremonia de apertura Trump invitó al Cardenal católico Dolan, arzobispo de Nueva York, muy conservador; a Franklin Graham, bautista del Sur, heredero de su padre el predicador Billy Graham. La bendición estuvo a cargo del rabino Ari Berman, de la Universidad Yeshiva; el imán Husham Al-Husainy del Centro Islámico Karbalaa de Dearborn, Michigan; el pastor Lorenzo Sewell, de la Iglesia 180 en Detroit, una megaiglesia afroamericana conservadora y el sacerdote Frank Mann de Brooklyn, un importante propagandista de Trump entre los católicos, particularmente los latinos. Fue llamativa la presencia del Imán Al-Husainy, un importante clérigo musulmán, quien finalmente no asistió.
Es importante aclarar que Trump fue respaldado por un grupo importante de clérigos afroamericanos quienes respaldaron su política migratoria pues consideran que los “recién llegados” les quitan posibilidades de empleo. El apoyo musulmán a Trump fue resultado de la molestia de este electorado por el respaldo de Biden a Israel en el conflicto de Gaza y no podemos olvidar que Kamala Harris se define como bautista afro, pero su esposo es judío.
Hamas se resistió a definir un alto el fuego hasta después del proceso electoral de los Estados Unidos y esto incidió en los resultados electorales de este país pues de alguna manera la hegemonía del relato no favorecía a Israel. Estos elementos no pueden soslayarse para entender la incidencia de los factores religiosos en el triunfo de Donald Trump y J.D. Vance.
Al día siguiente, el 21 de enero, asistió Trump, Vance y su Gabinete a la Catedral Nacional de Washington donde la obispa episcopal (anglicana) Budde lo cuestionó. Esa ya es otra historia. Sirve una vez más para entender que el campo político religioso no es homogéneo y configura un espacio donde la “disputa religiosa” encubre confrontaciones de visiones del mundo y proyectos políticos y sociales.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH