Por Marcia Lorena Rodríguez-Aldana
¿Puede un negocio prosperar sin comprometer sus valores, el bienestar de sus empleados o la salud del planeta? En un mundo donde los consumidores exigen cada vez más responsabilidad social, las empresas no pueden ignorar esta demanda.
Existen prácticas empresariales conscientes que reflejan compromiso social y ambiental. Entre ellas destacan la creación de valor compartido, las Empresas B, el capitalismo consciente y la economía circular.
La creación de valor compartido busca generar beneficios simultáneos para la empresa y la sociedad, al priorizar no sólo a los accionistas, sino también el bienestar social y ambiental. Esto implica reimaginar productos y mercados, optimizar la productividad en la cadena de valor y fortalecer clústeres de apoyo. Un ejemplo es Nestlé con su iniciativa “planta cero agua” en Lagos de Moreno, instalada en 2014. Esta fábrica reutiliza el agua extraída de la leche procesada, logrando un ahorro significativo y conservando los recursos hídricos locales, lo que demuestra su compromiso con la sostenibilidad.
Por su parte, las Empresas B, certificadas por B Lab, destacan por su alto desempeño socioambiental, transparencia y responsabilidad. En México, Rayito de Luna, certificada en 2017, produce artículos de cuidado personal, resguardando a la naturaleza y la salud. Beneficia a más de 90 familias de pequeños productores en 13 estados, impactando a unas 360 personas; ha ahorrado 250,000 litros de agua y regenerado 50 hectáreas de tierra al transformar prácticas de ganadería y agricultura intensiva.
Por otro lado, el capitalismo consciente se centra en las personas a través de cuatro pilares: propósito superior, integración de stakeholders, liderazgo y cultura conscientes. El propósito superior inspira a los grupos de interés con valores compartidos. La integración de stakeholders optimiza el valor para todo el ecosistema empresarial. Los líderes conscientes priorizan el “nosotros” sobre el “yo”, y fomentan una mentalidad colectiva. La cultura consciente refleja los valores y principios que dan cohesión a la empresa. Cinépolis ilustra esto con distintas prácticas: por ejemplo, su Fundación, que desde 2005 impulsa “Del Amor Nace la Vista”, un programa que ofrece cirugías gratuitas de cataratas a personas de bajos recursos; o la Ruta Cinépolis, que lleva cine gratuito a comunidades marginadas; también, ofrece funciones inclusivas con audiodescripción para personas con discapacidad auditiva o visual.
Otra práctica relevante es la economía circular, que maximiza el valor de los recursos mediante el diseño de productos duraderos, reparables y reciclables, para minimizar residuos. Este enfoque transforma los modelos de producción y consumo para priorizar la sostenibilidad. Un ejemplo perfecto es Interface, empresa líder en alfombras modulares, que con su programa “Mission Zero” redujo en un 96% sus emisiones de carbono y recicla el 69 % de los materiales de sus productos, al utilizar redes de pesca desechadas para fabricar fibras. Su iniciativa “ReEntry” recolecta alfombras usadas para reintegrarlas al ciclo productivo, con lo cual ha demostrado un compromiso con el medio ambiente y las comunidades locales.
Estas filosofías comparten un enfoque que trasciende las ganancias, al buscar un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente, que beneficie a todos los involucrados. Sin embargo, adoptarlas implica desafíos: inversión, compromiso a largo plazo y, en muchos casos, un cambio cultural profundo. A pesar de ello, los beneficios son claros: mayor lealtad de los clientes, impacto social positivo y satisfacción de los colaboradores al contribuir a un futuro más justo y sostenible.
La clave está en elegir la filosofía que mejor se alinee con la estrategia empresarial, siempre con el objetivo de avanzar en responsabilidad social. En un mundo interconectado, el éxito futuro pertenece a quienes actúen con propósito hoy.
Investigadora del Grupo de Área Temática en Empresas Familiares de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey.