Los discursos pesan. La elección de palabras y términos que se eligen para construirlos, pesan. Los foros en los que dicen esos discursos, rebosantes de las palabras que se eligen para describir la realidad, pesan. Buscar que las palabras, los discursos y las narrativas traten de reflejar la realidad lo más fielmente posible, pesa. Pesan como ladrillos que sirven para erigir la casa en la que una sociedad vive y se refugia.

Las mentiras o medias verdades que se dicen desde el gobierno y el juego de sombras que se elige para construir su narrativa, alterna a la realidad, quita ese peso y vuelve a los ladrillos endebles. En 1973 Hannah Arendt lo dijo muy bien, en una de sus últimas entrevistas, al referirse al valor de la verdad.

Si todos mienten constantemente, la consecuencia no es que uno crea las mentiras, sino que nadie cree en nada. Esto se debe a que las mentiras, por su propia naturaleza, deben ser modificadas, y un gobierno mentiroso tiene que reescribir constantemente su propia historia.

Un efecto ineludible de esto es que si una sociedad, o su clase política sea gobernante o de oposición, miente y no es fiel a los hechos como método no hay forma de saber cuál es la realidad. Tener que reinventar versiones de todo lleva a la contradicción, las pifias, el autoengaño y la pérdida de respeto y de reputación.

Se puede mentir por todo, desde cosas tan banales como festejar dos veces la fundación de una ciudad, un hospital o un camino construido con un enfoque 100% ideológico en vez de funcional, los verdaderos alcances y cifras de muertos por una pandemia o una ola de violencia que dura sexenios, las compras de bienes de forma inexplicable por actores políticos o la duda permanente si un acto institucional es solo una cortina de humo más que está poniendo en jaque al gobierno de Michoacán y a toda la estrategia de seguridad a nivel nacional.

Normalizar la mentira termina en que nadie acabe de creer nada, por reflejo de posverdades y pre mentiras, ¿o cómo se puede llamar al hecho de que una mandataria salga a caminar y se arropada por una fila bien determinada de jóvenes, evidentemente dirigidos y acarreados, para luego iniciar una campaña digital contra la marcha Generación Z de la oposición?

Dejemos a un lado las filias y fobias, como sociedad busquemos reflexionar en términos de certezas y contracertezas, de comunicación política, de transparencia de la información y construcción de opinión pública.

Los datos. Los otros datos, las frases chuscas y ocurrentes, el separar a la sociedad de una forma maniquea y caprichosa no es más que un esfuerzo inútil por lograr que la gente crea, sin cuestionar nada y desde la zona de confort del corporativismo estatal, las versiones contradictorias hasta la risa que, de forma habitual, se dan como parte de la comunicación gubernamental morenista.

¿La oposición hace los mismo? Sí, en especial los esperpénticos liderazgos partidistas. Los Alitos, Markos, Anayas, Maynez y demás que han puesto sus intereses por encima de su deber han devastado la credibilidad en la oposición, sin duda. Ellos son los mejores verdugos de su credibilidad. Pero bajo las condiciones cuasi hegemónicas de nuestro país, es mucho más trascendente para nosotros lo que los personajes en el gobierno hagan y digan, por el impacto directo que sus acciones tiene en nuestro país.

Se ha documentado hasta el cansancio como, desde 2018 y hasta el día de hoy, se han proferido miles de mentiras, frases dudosas o no comprobables - ¡qué vivan los eufemismos! – cada mañana, de cara al pueblo según se dice.

Y es que, si nadie es suficientemente responsable para decir la verdad, si nadie se siente obligado por la ley a ser veraz, si -como decía hasta el cansancio YSQ- el ejemplo cunde cuando se desmienten cifras duras y hechos desde la más alta tribuna de la nación con mentiras o cifras manipuladas, si se usan con ligereza los adjetivos más tremendos y los descalificativos más descarnados, en muchas ocasiones para ocultar algo evidente y en otras más para cambiar el propio dicho según la coyuntura, entonces estamos alimentando un monstruo que nos terminará devorando, más temprano que tarde.

La certeza, como casi todo lo que se necesita para construir una democracia, no es un activo sencillo de generar. Y una vez que la incertidumbre es la regla, nada es real, todo está en duda.

El último gran ejemplo de esto es el caso de acoso sufrido por la presidenta. ¿Un acto aberrante que es reflejo de nuestra horrenda realidad o el montaje de un régimen para distraer a la opinión pública de una crisis de homicidios en Michoacán y el resto del país? No se sabe con completa certeza.

Aquí la serpiente muerde su propia cola y se devora. Desde 2018, como nunca, la narrativa oficial se ha alimentado de mentiras y montajes. Recordemos el famoso tren que “usaron” AMLO y la entonces jefa de gobierno para llegar al AIFA, la doble rifa del avión presidencial y lo premios nunca cobrados, la discusión entre el presidente y Jorge Ramos donde no se aceptaron las matemáticas simples de muertes violentas, la precampaña electoral ilegal de más de dos años que la actual primera mandataria realizó y nunca se aceptó, la narrativa de un exitoso “voto del pueblo” en la elección judicial en que participaron 13 de 90 millones de votantes potenciales en medio de una elección de gobierno, el que la presidenta diga que la indignación por la muerte de Carlos Manzo es producto de “buitres” mediáticos o políticos que tratan de sacra raja cuando ella misma es el resultado de décadas de una oposición que hizo exactamente lo mismo.

Podríamos llenar páginas y páginas de otros ejemplos, algunos igual de conspicuos y otros menos conocidos, pero todos aportantes para que hoy en día ningún dicho presidencial se encuentre a salvo de un alto grado de escepticismo de parte de millones de personas que se dan cuenta de la manipulación discursiva generada desde el poder político y, al mismo tiempo, del gasto de millones de pesos en contratos para que “periodistas libres” de YouTube y medios afines busquen afianzarlo.

En otras palabras, la necesidad de reescribir la realidad para ajustar la narrativa a las necesidades de cada coyuntura ha generado un doble costo: la reputación va bajando y el dinero gastado va en aumento.

De acuerdo con recientes encuestas, la popularidad de la actual primera mandataria ha descendido 15% en poco más de un año de gobierno. Esto debería encender luces amarillas en su equipo de asesores a pesar de conservar más del 70% de las opiniones favorables. De mantenerse esa tendencia el fin del segundo año podría ser de 60% y el tercer año un empate entre los que la aprueban y quiénes no, coincidiendo con la elección intermedia.

Para un régimen que ha centrado su discurso en tener “los presidentes más populares del mundo” esto podría ser un grave traspiés, aunque siempre se puede recurrir a otro dato a modo como se ha hecho hasta ahora, aumentando la crisis de certidumbre nacional pero conservando la ilusión de poseer la narrativa preponderante e infalible.

Las contradicciones a los que esto lleva son desconcertantes. El mejor ejemplo de esto es el caso de de Carlos Manzo, cuya muerte ha levantado una nueva ola de protestas. Una parte del oficialismo trata de neutralizar el efecto mártir afirmando que es uno de los suyos, que no hay razón para que los carroñeros del PRIAN y los medios digan que se le abandonó por su perfil político.

Mientras tanto, otra tribu digital guinda afirma que en realidad es el Bukele mexicano, el pequeño Calderón, el neofascista que no respetaba los derechos humanos de los delincuentes y lo muestran como ejemplo de lo que sucedería si la ultraderecha vuelve al poder a nivel federal.

¿A quien creerle?, ¿cuál facción dice la verdad?, ¿cómo podemos dejar de pensar que nos manipulan y mienten sin límite si no pueden ponerse de acuerdo entre ellos?

Es por eso que muchos, por espantoso que pueda parecer, se preguntan si el acoso contar la presidenta no es otro distractor, muy parecido a lo que muchos asesores de manejo de crisis aconsejarían para distraer la atención.

Imagine usted que nuestro gobierno, que puso 10 mil soldados al servicio de las políticas antiinmigrantes de Trump, diga que a México se le respeta y que nadie puede decirnos que hacer o meter sus fuerzas armadas en nuestro territorio nacional.

¿Usted le creería sin dudarlo a la luz de todo lo expuesto en este texto?

Y ese solo es uno de los grandes problemas a futuro de la normalización de la mentira.

@HigueraB

#InterpretePolítico

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