De forma recurrente, en México algunas palabras o frases nos remiten a los diferentes sexenios que han transcurrido a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI.
Solidaridad y privatización, ¿y yo, por qué?, apertura democrática y alternancia y retorno son algunas de ellas. En el caso del recién finalizado sexenio de López Obrador, el vocablo que en mi caso lo identifica es el de claudicación.
Algunos dirán que establecer una categoría para el gobierno de la primera presidenta es prematuro, los mismos que dijeron que su gobierno sería diferente al de su ungidor y que destacaban su formación científica como un aliciente para el diálogo y el trabajo político sobre el autoritarismo desplegado de 2018 a 24.
No se ve que así sea. La actual administración ha dado suficientes elementos para poder proponer, al menos, una rotulación inicial. Sin duda, se podrá revisar si hay modificaciones en el rumbo y estilo de gobernar de Sheinbaum, eso será trabajo para futuro.
El marbete de este gobierno es normalización. Nuestra primera mandataria ha desplegado una actividad gubernamental y un modo de hacer política que nos permite establecer dos tipos de la misma: en primer lugar, la que se encuentra forzada a generar por la herencia rígida que AMLO le dejó en lo económico, político, de seguridad y normativo; en segundo plano la propia agenda y actitudes que, sin alejarse del camino marcado, establece una radicalización del regreso al presidencial omnipotente y autoritario. Quizá hasta establecer claramente una nueva hegemonía, más honda y dura que la vivida en el siglo XX.
En cuanto a lo heredado, la mandataria tiene diversos retos para que todo parezca normal. De inicio, lograr que no se desluzca el trabajo del primer presidente de la “transformación” y líder indiscutido del “movimiento”. En lo fiscal, hacer como que siempre se podrán aumentar los egresos del estado a través de más y nuevas becas a pesar de no incrementar la base tributaria, ni establecer políticas para aumentar las Pymes o establecer facilidades y estabilidad para las inversiones; en seguridad, convencer a todos de que el hecho de que ella es civil significa que no existe la militarización y no ocurre nada raro. Esta última es una acción espejo que refleja la misma técnica narrativa que el discurso sobre la corrupción de AMLO.
En cuanto a las finanzas, Claudia debe normalizar que la deuda que tenemos por la gestión del pasado gobierno no es deuda, sino inversión en el futuro aunque nadie le crea. No importa que sea un pasivo casi siete veces más grande que el FOBARPOA, palabra excesivamente usada para propaganda.
Por supuesto, la muerte. El tener 60, 70 o 90 muertos en un día, contando aquellos generados por la falta de contención de las fuerzas armadas, no debe sorprender a nadie. Más bien se busca normalizar la muerte violenta en todos lados, excepto dónde la oposición es gobierno.
Igual se busca que ocurre con las redes de tráfico de influencias, la absorción dentro del “movimiento” de los más corruptos opositores, los conflictos de interés, el uso discrecional de las bancadas legislativas y clientelar de los programas sociales. En los comicios, normalizar que los candidatos opositores sean atacados, vilipendiados y hasta perseguidos, al igual que las elecciones de estado.
Quizá el legado más grande e importante a normalizar para la actual usuaria de la silla del águila es que llegó a la titularidad del ejecutivo con más votos que nadie pero con menos capacidad de maniobra, producto de la regresión obradorista. No se trata de sólo de la intocabilidad de las mega obras señaladas por corrupción e ineficiencia, tampoco del ideario guinda o de la utilización clientelar del gobierno y sus recursos, sino del marco constitucional que heredó e impulsa.
La constitución es el marco que establece las funciones que un gobierno está obligado a seguir y las reformas en curso son un durísimo golpe a lo que se ha concebido como ESTADO MEXICANO por más de un siglo, con lo cual se restringe la capacidad de maniobra de la ex jefa de gobierno. Normalizar una carga populista ideologizada y antidemocrática semejante a la que impulsaba la primera hegemonía, es lo que le espera en este rubro.
Esto nos lleva a la segunda normalización emprendida, aquella que depende totalmente Sheinbaum y su gestión al frente del gobierno. Sin estridencias teatrales, pues carece de las facultades histriónicas de AMLO, Claudia no ha demorado en activar la ilegalidad y las acciones represivas, al tiempo que mina aún más el cumplimiento de la normatividad al asumirse como presidenta imperial.
Es cierto que Obrador generó la inercia en este tema, pero la presidenta parece más que dispuesta a establecer la normalización de algo que la izquierda mexicana combatió durante la segunda mitad del siglo pasado: la omnipotencia aplastante de un poder pseudo republicano sobre todos los demás, sin rendición de cuentas, con las leyes y derechos sujetos a la voluntad de quien fuera que portara la banda presidencial.
Para esto, la construcción de la nueva hegemonía real y permanente se torna requisito fundamental. Elecciones que son simulacros, con autoridades a modo (los actuales TEPJF e INE lo son, sin duda) y una oposición que parece feliz de hacerla de comparsa gritona pero nada más.
De este gobierno, de esta primera mujer en el poder presidencial y de este momento legislativo surgirá una nueva normalidad tan semejante al siglo XX, que asusta.
Recordemos que la RAE define normalizar como “hacer que algo se estabilice en la normalidad”, es decir que se transforme en parte de nuestro día a día y parte de nuestra cosmovisión.
Eso ya ocurrió en México, al menos una ocasión, y fue durante el período posrevolucionario, la época del partidazo tricolor que inspiró a Sartori la concepción de “hegemonía partidista”.
¿Haremos de esto nuestro modo de vida como en el pasado?
@HigueraB
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