El histórico caricaturista y autor de sátira política michoacano, Eduardo del Río -Rius-, sostenía que en nuestro país todo se hacía a la mexicana. Esto equivale a considerar que las condiciones particulares del país generaban híbridos y creaciones fuera de los patrones considerados comunes y normales en la cultura occidental, un fenómeno que abarcaba desde la comida hasta la estructura de gobierno y relaciones de poder.
Durante décadas, en lo que se refiere a la política y el Estado Mexicano, parecía que todo concordaba con Rius. Estudiosos de la talla de Giovanni Sartori trataron con ahínco explicar el fenómeno que constituía el México de la segunda mitad del siglo XX: gobernado por décadas por un partido extremadamente dominante, que supuestamente encarnaba los ideales de la revolución mexicana de 1910 y los principios plasmados en la constitución de 1917, pero sin ninguna competencia electoral real. Con una oposición caracterizada por ser poco más que adorno del escenario, sin derechos humanos plenamente garantizados para los y las mexicanas y todo sostenido en una mezcla de clientelismo, corrupción y administración relativamente discreta de la violencia oficialista para sofocar huelgas, guerrillas y desilusionados derrotados en las urnas. A todo este conjunto de condiciones sociopolíticas, Sartori lo denominó “régimen de partido hegemónico”.
Por su parte otro personaje notable, el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, categorizó al México de entonces como “la dictadura perfecta”. Un marbete que le valió tener que salir precipitadamente del país, debido al enojo de las autoridades por mencionarlo en televisión nacional, durante el encuentro Vuelta de 1990, organizado por Octavio Paz.
Como si el tiempo no hubiese transcurrido desde entonces, el México de 2024 se debate entre ambas etiquetas mientras queda claro que el experimento de partidocracia disfrazada de democracia liberal representativa inaugurado en el año 2000 ha llegado a su fin, tras menos de 20 años de existencia.
Tener un debate serio sobre esto se ha vuelto a la vez urgente y trascendente. No es un ejercicio ocioso establecer si nuestra república se ha transformado en un régimen hegemónico o si vivimos los primeros tiempos de una dictadura de partido que se desarrolla y crece con pasos presurosos. Tampoco es un reto menor.
De esto dependerán los cursos de acción que la oposición, los empresarios, las fuerzas armadas, lo vecinos, socios comerciales y la comunidad internacional en general adoptarán durante los próximos años. Ya la aun nueva presidenta de nuestro país ha tenido que lidiar con las primeras presiones de presidente criminal electo estadounidense, lo cual es un aviso de posibles amenazas por sus acciones autoritarias contra la república.
Entender a plenitud y sin sesgos partidistas nos podrá dar pistas del futuro que nos depara a la prensa, los analistas, la academia y todas las personas que, de una forma u otra, tratamos de entender y mejorar este hermoso y complejo país.
Los tiempos de polarización dificultan la labor, ya que todos los bandos buscan eliminar la escala de grises y volver al blanco y negro de las revoluciones ideológicas del siglo XX, por eso es necesario hacer algunas precisiones.
En primer lugar, debemos establecer un parámetro para medir si las condiciones que se viven en la actualidad permiten establecer la situación de México, a través de un parámetro que haya surgido del encono nacional de nuestros días.
Me parece que una de las mejores definiciones de arranque, además de sencilla, la tenemos si recurrimos al mismo pensador que definió la hegemonía. En este caso, Sartori nos regaló una definición de dictadura en su libro “¿Qué es la democracia?” (Taurus, 2004) que es adecuada para nuestros fines:
Una forma de Estado y estructura del poder que permite su uso ilimitado (absoluto) y discrecional (arbitrario). El Estado dictatorial es el Estado inconstitucional, un Estado en el que el dictador viola la Constitución, o escribe una que le permite todo.
Con este cimiento mínimo para el análisis procede preguntarnos si, tras el cambio político que el régimen surgido desde las elecciones presidenciales de 2018, México vive en una hegemonía que puede ser vista como el producto de una democracia partidocrática o si, por el contrario, podemos referirnos a México en términos parecidos a los que usó Vargas Llosa hace 34 años.
Por formato y espacio, es imposible describir aquí todos los casos o variables que se deben incluir en este análisis. Sin embargo, es factible reducirlo a tres aspectos torales que nos pueda señalar si lo que ocurre en México se adapta a lo definido por el padre de la ciencia política moderna como dictadura. Estos aspectos son: supremacía constitucional/reformas, participación ciudadana y voluntad política democrática.
Las reformas y cambios realizados durante el breve período gobernando de Claudia Sheinbaum Pardo (CSP) ha constituido un tsunami para nuestra carta magna. Desaparición de contrapesos, interpretación a modo de artículos constitucionales para asegurar la super mayoría, desmantelamiento del único poder republicano independiente.
Sin duda, todo abona a crear un entorno constitucional que permita concentrar el poder en manos del partido/persona que controle el poder ejecutivo. Sin embargo, ninguna de estas mal llamadas reformas del bienestar lesionan más los derechos humanos y la idea de una república liberal representativa que la denominada “supremacía constitucional”, una reforma que transforma el poder legislativo en inatacable en sus decisiones.
Si el día de mañana se decide que las mujeres pierdan sus derechos reproductivos, so pena de muerte, o que un sector de la población no es “patriótico” -lo que sea que signifique en ese momento para el poder- y por tanto debe perder su derecho al sufragio, puede ser integrado a la Constitución y las posibilidades de que esos sectores del pueblo se puedan defender estarán reducidos a un mínimo histórico.
Es decir, el poder para influir en el futuro de nuestras vidas se ha multiplicado mientras las opciones de defender los derechos de mexicanas y mexicanos ha sido erosionado. La puerta a posibles represiones se encuentra abierta, solo es necesario que un gobierno decida cruzarla.
Un camino paralelo ha sufrido la participación ciudadana. Por ejemplo, en la propaganda de la llamada reforma al poder judicial se ha dicho hasta el cansancio que será el pueblo quien elegirá a las personas juzgadoras de todos los niveles a través del voto.
Lo que no se dice con claridad es que ningún ciudadano podrá influir en la integración de las tres listas que se presentarán para la selección de estos puestos esenciales para la salud del tejido social, la impartición de justicia. Estos serán decididos por los poderes de la república, los cuales se encuentran sometidos a una misma línea ideológica antidemocrática.
Esto dentro de un entorno en el que los procesos electorales se encuentran cada vez más intervenidos, tanto por el gobierno y su partido, que llevan años violando la ley electoral y lo que dicta la Carta Magna en la materia, como por poderes fácticos criminales, que amenazan o asesinan a candidatos incómodos.
Eso en cuanto a participación directa. La eliminación de los organismos constitucionales y otros diques al abuso de poder es, en los hechos, una reducción de los caminos por los cuales la sociedad puede incidir en las acciones y políticas de aquellos que los gobiernan, dejándola en una indefensión nunca vista en este siglo.
Finalmente, voluntad política democrática. Desde declaraciones en la que se afirma que la mayoría va a decidir sin tomar en cuenta a nadie, aprobación de leyes y reformas en congresos estatales y federales sin leerlas o debatirlas, la instrucción de descuartizar al INE, la orden pronunciada en cadena nacional de no mover ni una coma al texto o las declaraciones de dos mandatarios en los que dejan claro que no van a dialogar y no se detendrán ante ningún mandato judicial (ya sea construyendo trenes ecocidas o desacatando resoluciones de amparo) o amenazas veladas del actual presidente del Senado contra un miembro de su bancada por no votar de acuerdo con la línea oficialista, es claro que no existe una voluntad de diálogo y construcción de consensos democráticos. Mas bien de imposición y sumisión a todo aquel que se quiera unir al llamado movimiento. Las condiciones esenciales para la democracia y que se encuentran ausentes.
En cuanto a la construcción de una hegemonía, es un hecho estamos viviendo activamente. Basta observar el abierto intervencionismo oficial, el lawfare contra triunfos opositores y las interpretaciones a modo de la ley para asegurar la mayoría legislativa, por mencionar los aspectos más importantes.
Sartori explicó que en un régimen de partido hegemónico la incertidumbre electoral desaparecía o quedaba reducida al mínimo, el marco legal servía más como palanca del poder que como garante de los derechos de la ciudadanía y que el aparato de gobierno servía a los fines electorales en los que las autoridades se encontraban cooptadas y sometidas.
Los últimos tres años nos muestran que, en crescendo, estas condiciones se han cumplido cada vez más en México. Los casos presentados ante la CIDH, el uso electorero y masivo de dinero del erario -denunciado incluso por miembros del partido en el poder-, la negativa para completar el pleno de la Sala Superior del TEPJF para colocar una presidencia afín y la línea ideológica del legislativo expresada al elegir a los nuevos miembros del CGINE son algunas pruebas de ello.
Ante todo esto, y pese al título del texto que usted lee, las condiciones actuales de México permiten establecer que, mientras no se modifiquen estas situaciones o si se agravan y profundizan, el país vive en un régimen hegemónico que soporta una dictadura, entendida en los términos postulados por Sartori.
Por supuesto, el tema no se encuentra agotado, ni mucho menos. Queda revisar mecanismos de represión y recompensa, tipología de las dictaduras, violencia estatal y criminal, condiciones de los derechos humanos a nivel institucional y social, así como desarrollo de una nueva oposición más acorde con el contexto nacional, por mencionar algunos temas.
No obstante, parece claro que ya podemos categorizar todo esto dentro de un régimen neo hegemónico dictatorial, algo que el maestro florentino hubiera encontrado fascinante.
@HigueraB
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