El llamado Super Bowl electoral de Estados Unidos llegó y se fue. Sin embargo, aún no tenemos resultados claros sobre quién será el presidente de la aún mayor potencia mundial entre 2021 y 2025 al momento de que escribo este texto.
Quizá cuando me lea usted ya lo sabremos, así que hacer pronósticos sobre Biden o Trump no tiene caso porque la realidad se impondrá de todos modos. Es mucho más provechoso repasar algunos hechos que nos pueden servir a los mexicanos como aprendizaje y quizá como reflejo. Estas son algunas que veo de botepronto.
La diversidad y la libertad hacen difícil los pronósticos. Los encuestadores señalaron que Trump sería derrotado con relativa facilidad pues había perdido un porcentaje importante entre los hombres blancos, un grupo de votantes que aseguró su elección en 2016, además de que casi ninguna encuesta mostraba una contienda cerrada con su oponente demócrata.
Sin embargo, las mismas revisiones indican que Trump creció entre afroamericanos, latinos y mujeres blancas con nivel universitario, por lo que esa cifra de votantes puede ser compensada.
En otras palabras, en la época de las super información sin filtros es cada vez más difícil predecir cómo se comportará una sociedad con altos niveles de participación que sufre polarización política. De igual modo, esto parece sugerir que no hemos aprendido mucho desde 2016 sobre las cajas de eco y burbujas autorreferenciales.
Por mucho que nos cueste entender que estos grupos se decanten en favor de un presidente misógino, anticientífico, machista, posible agresor sexual, racista y discriminador lo que debe ocuparnos es por qué, igual que en 2016, no se pudo detectar en días previos estas tendencias. Quizá los instrumentos demoscópicos tradicionales ya no son confiables en un entorno como el que vivimos y deban ser adaptados so pena de volverse completamente obsoletos.
Los slogans no son verdades. En parte por el punto anterior se habló mucho de la ola azul demócrata que recuperaría sin problemas el senado y que daría un triunfo claro a Biden. Ninguna de esas dos ocurrió, al menos hasta este momento, y la contundencia de la mercadotecnia electoral ha quedado en duda de nuevo.
Sin duda, tratar de razonar con un electorado contaminado por un presidente populista dispuesto a romper todas las reglas con tal de conservar el poder a toda costa es algo sumamente difícil. Se nos olvida que las imágenes creadas para influir en el imaginario colectivo solo tienen efecto real si conectan emocionalmente con los votantes.
En caso contrario solo aportaran a las cajas de resonancia que generan las redes sociales y la falta de debate que caracteriza la política actual en Estados Unidos, México y muchos otros países a nivel mundial.
El tipo de liderazgo pesa. En la madrugada tras el día de votaciones, el presidente Trump alegó un posible fraude que podría dar al traste con la elección y generar una espiral de conflicto que deje al
futuro presidente en la difícil posición de ser cuestionado en su legitimidad, sin importar si es él o Biden.
Que quede claro: sea en Estados Unidos, o en cualquier otro país, el presidente en funciones declara en plenas elecciones en contra del sistema que lo llevó al poder nos encontramos con un acto de incoherencia e irresponsabilidad, especialmente cuando no presenta pruebas de sus dichos. Si a esto se suma una creciente polarización debido a sus violentos ataques a la prensa y una permanente descalificación de los contrincantes con los peores apodos y calificativos mentirosos (nada tan lejano como pensar que Biden es un comunista) tenemos una fórmula explosiva.
A pesar del conveniente escepticismo que en México puede generar, el hecho es que el liderazgo pesa y mucho.
Si tenemos un presidente mediático que muestra desprecio por la ciencia, que no tiene ningún empacho en ser agresivo con los oponentes, que es notoriamente mitómano, que generar leyes que polarizan, que culpa a otros de sus fracasos y ni siquiera usa esa palabra, que fomenta la violencia machista y que no sabe manejar crisis económicas y sanitarias sin polarizar a su país podemos estar seguros de que no se fomenta la democracia ni la convivencia social.
No importa de cual país se hable, si tienes un líder nacional comprometido con la democracia, ésta se fortalece. En cambio, si tienes un populista egocéntrico que no esta dispuesto a seguir reglas atestiguamos su deterioro. Y ese es el tipo de liderazgo que vemos en la Casa Blanca.
No hay democracia ni sistema electoral perfecto. El debate sobre las funciones, organización y costo de las instituciones electorales es algo que nos ha ocupado a los mexicanos al menos por 25 años. Sin embargo, como hemos atestiguado desde ayer, no hay tal cosa como perfección democrática.
Es cierto que el sistema electoral mexicano es abigarrado, costoso y centralista. Pero esto obedece a un movimiento de décadas por alejar a la autoridad electoral del poder gubernamental, que busca combatir la desconfianza, darle independencia económica y de centralizar decisiones y capacidades para solucionar los problemas que puedan surgir antes, durante y después de las elecciones. Incluyendo algunos que puedan surgir de un presidente poco interesado en respetar el juego democrático.
En Estados Unidos la ferviente independencia de cada estado que forma la unión americana ha generado que los votos se emitan y cuenten con diferentes sistemas y criterios para su validez. Por otro lado, no existen leyes suficientes que determinen de forma clara e inapelable sobre el conteo de los votos, ni se establecen procesos institucionales de conteo y reconteo obligatorio, como en México.
El sistema electoral de Estados Unidos ya mostró algunas de sus debilidades cuando la contienda electoral Bush-Gore ocurrió. La votación y conteo de Florida fue puesta en duda legalmente y al final, la decisión sobre el tema determinó quién sería el presidente número 43 de su historia.
Ningún sistema electoral es perfecto y eso permite diferentes tipos de presiones por parte de los actores políticos que buscan imponerse. No obstante, un sistema con tantas interpretaciones
posibles en cada una de sus partes puede ser mucho más vulnerable y lento que uno fuertemente centralizado y normado.
No importa la victoria, sino lo que hagas con ella. Sin duda, el sistema de colegio electoral de Estados Unidos fue creado con la intención de que una clase social específica mantuviera el control político de aquel país. Aún existen millones de personas a las que se les niega el derecho de votar.
Esto hace que la responsabilidad del funcionario elegido sea mayor, pues debe abanderar el mayor número de causas que aglutinen al mayor número de ciudadanos. La victoria en un sistema de colegio electoral no garantiza la mayoría del apoyo ciudadano.
La victoria electoral debería ser solo el primer paso en la construcción de consensos, aunque Trump demostró claramente que las ambiciones personales pueden dar al traste al espíritu de la democracia.
Al final, sean 30 millones sobre 120 o 538 votos electorales sobre 300 millones de personas, un presidente debe buscar la conciliación para preservar la democracia y su propio capital político pues se debe gobernar para el beneficio del mayor número de sus conciudadanos.
Veamos si sabemos aplicar las lecciones del 3 de noviembre.
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