El domingo 1º de junio es una fecha en la que los fracasos se acumularon unos sobre otros. La presidenta, los partidos de oposición, el equipo López Beltrán-Alcalde y su partido, así como la sociedad civil fracasamos estrepitosamente. Algunos más que otros, pero nadie fue ave que cruza el pantano el pasado domingo.
El más grande no fue el más llamativo, tampoco es el más obvio. Lo protagonizaron los partidos políticos de oposición tradicionales, esos que desde la hegemonía guinda llaman prian pero que deberían ser llamados partidos dirigidos por ineptos y corruptos, cómplices del neopriismo guinda.
En lugar de jugar su papel con inteligencia y valentía, ambos institutos continuaron con las prácticas que los han llevado de gobernar al país a un paso del abismo y la extinción. Fue por sus cuotas y cuates que llegamos al desmantelamiento del Poder Judicial por parte de gobiernos populistas-autoritarios. Su preocupación mayor fueron las de enquistarse en la dirigencia, de forma directa o por medio de un Delfín a través de elecciones internas simuladas, en lugar de elegir los mejores perfiles para defender la democracia bajo asedio.
Los Yunes, Sabinos y Saucedos son el resultado de todo esto.
El segundo fracaso fue del PJF, el cuál no pudo mantener su propia defensa y cayó ante las amenazas que derivaron de su propio actuar. Pérez Dayán salva el pellejo y deja un legado de autoritarismo político y sumisión. No habrá letras de oro, sino grafittis en paredes que huelen a orines en algún pasaje subterráneo para él en los anales de la historia
El tercer fracaso lo constituyen las revelaciones que la jornada electoral significó para los oficialistas, desde sus voceros “independientes” en redes, la misma presidenta, su partido y su imagen de imbatibles.
Las elecciones del domingo demostraron que el poderío del movimiento es cuestionable y, quizá, se encuentra en reducción. Sheinbaum salió la misma noche de la elección, cuando aún no se sabe el porcentaje de votos nulos y con 9 de cada 10 votantes optando por la abstención, a decir que era un momento histórico y un gran triunfo del pueblo mexicano. De ahí surgió la nueva narrativa que se intenta imponer a como dé lugar.
Al día siguiente, en su conferencia diaria, la titular del ejecutivo federal dijo que se había logrado que votaran más personas que la consulta sobre juicio a expresidentes y que se había logrado más votos que cualquier partido de oposición en las elecciones en las que ella fue ganadora.
La científica, la especialista en datos duros, la mujer preparada cometió fuertes errores de categorización en su argumentación o, peor aún, decidió cometerlos con el afán de mantener la narrativa y la imagen de la hegemonía.
En primer lugar, no se puede comparar una consulta popular a una elección federal, en especial a una inédita y tan compleja que hasta sus autores, como AMLO, tuvieron que llevar acordeones para votar.
En segundo lugar, siempre de acuerdo con lo dicho por la presidente y sus seguidores, no ganó MORENA, pues no fue una elección partidista. SUPUESTAMENTE los partidos
políticos no podían participar en la elección y los candidatos (elegidos por dedazo o tómbola por los actores del poder) eran ciudadanos y serían electos por ciudadanos. Ellos mismos han demolido este supuesto argumento con sus insistencias, trampas, acordeones y declaraciones.
Los votos no fueron por partidos, de nuevo en teoría, y por tanto es tratar de comparar peras y uvas. Me parece mucho más honestos algunos de los voceros no oficiales pero si oficialistas, como Viri Ríos, que señalen que MORENA ganó la elección basada en su ilegal capacidad de movilización.
Tercero, si se acepta que los votos de la elección del domingo son comparables a los obtenidos por partidos y personajes en las elecciones pasadas, es necesario hablar de los dos tercios de votos por Sheinbaum que se difuminaron en un año.
Uno de los argumentos esgrimidos para intentar dar alguna legitimidad a la cooptación total del PJF fue que era un mandato del pueblo. Es cierto que en los documentos de campaña de CSP se habla de esto y también lo es la adopción del proyecto reformador de AMLO sobre el judicial, sin embargo el eje central de su discurso de campaña nunca fue este argumento.
De los 36 millones que votaron en 2024 por el segundo piso del proyecto obradorista menos de un tercio votó el pasado domingo. Si, grosso modo, se consideran los 13 millones de votantes como un signo de decadencia de la oposición, entonces no hay forma que no consideramos como grave el empequeñecimiento del voto morenista de 2024 a 2025.
Cuarto fracaso: a nivel discursivo, el gobierno y sus corifeos afirman que el combustible que movió la reforma al PJF fue la voluntad del pueblo y que los 13 millones de votantes lo prueba, sin ninguna duda. Incluso la psuedo inteligentzia guinda que se enoja cuando se señala que ese número equivale a uno de cada diez posibles votantes y a mucho menos si lo comparamos con el universo total de habitantes del país, y de mexicanos en el mundo.
Acusan de clasismo y elitismo a los que no pertenecen a su “movimiento”, pero ignoran convenientemente que se cambie de forma radical uno de los poderes de la unión para someterlo a intereses muy específicos, incluso a la influencia abierta del CO, con menos del 9% del total de la población votó. Esto no solo es contrario a la lógica de la democracia, sino que es elitista.
Y es que los soberbios funcionarios y vociferantes de las redes sociales son parte de esa élite, del pequeño grupo que se beneficia, de forma imaginaria o en la realidad, con el desmantelamiento del estado democrático. Los llamado campeones de la revolución de las conciencias y de la transformación de México son la más acabada y reciente versión del “quítate tú, para ponerme yo” que caracterizó gran parte del siglo XIX de nuestra historia. Entonces no importaba la ley, el proyecto o la construcción de un estado democrático, sino mi acceso al poder -entre más concentrado y sin límites, mejor-. Y hoy es igual.
Uno de cada diez, si eso no es una élite, ¿qué es?
El quinto y último fracaso es, quizá el que más duele. Si, en lugar de entender el acto de resistir como una auto marginación de los hechos que ocurren en nuestro país, los ciudadanos hubieran asistido en masa a votar de forma informada y decidida, es muy probable que los resultados en la conformación de la suprema Corte y del nuevo Tribunal de Disciplina Judicial no hubieran coincidido casi a la perfección con los millones de
acordeones que se repartieron para inducir y manipular el voto. Y no nos confundamos, esos acordeones no eran para apoyar a los votantes, sino para colocarles unas gafas como al caballo del lechero y vieran lo que al poder político le convenía que observaran.
Inducir, influir o dirigir el voto más allá de lo que establece la norma es un delito electoral, además de ser uno de los peores ejemplos de como actúa un régimen que no es democrático. Es para cosas así que se trabajó en destruir y someter al sistema electoral, antes de llegar a donde estamos hoy.
Si el pueblo mexicano no se hubiera enconchado el resultado podría haber cambiado o, por lo menos sabríamos que es cierto que esta elección la deseaba la mayoría y no, como ahora, que es una farsa de una élite que esta consolidando su hegemonía partidista neopriista.
El único rayo de esperanza democrática se dio en las elecciones estatales de Durango y Veracruz, donde se rompió el plan C, de carro completo, y se demostró que no MORENA no permanecerá en el poder un milenio, pese a lo que firma la senadora Valdés. El fracaso de Andy y Luisa María es algo que se debe observar con cuidado.
@HigueraB
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