Los escenarios que se avizoran para la oposición son, en el mejor de los casos, terribles. No sólo se trata del triunfo del oficialismo, que no es tan arrollador como tratan de hacernos creer, incluyendo muchos “agandalles”, sino de la perpetuación de las peores dirigencias y sus intereses particulares en los partidos que se llamaron a si mismos “defensores de la democracia” durante la campaña presidencial.
Pero antes de llegar al punto en el que nos encontramos debemos de ir mucho más atrás, durante la llamada transición democrática. Sin duda, el período entre 1968 y 2000 se realizaron grandes avances, tanto en la normativa como en la cultura y la construcción de una institucionalidad democrática.
Sin embargo, al mirar hacia atrás, no queda más que concluir que los partidos políticos en nunca han buscado la democratización completa de México, sino la construcción de una partidocracia. Una apuesta que ha resultado un tiro por la culata y los ha llevado de ser victimarios de las aspiraciones de la sociedad civil a víctimas de su propio Frankenstein, al asegurar un poder sin límites al nuevo partido hegemónico.
En otras palabras, ningún partido que haya detentado el poder presidencial en los tres primeros sexenios del siglo XXI ha mostrado una verdadera vocación democrática y ha buscado siempre la suma cero en su relación con la sociedad civil.
Por supuesto que esto no disculpa los regresionismos antidemocráticos del actual grupo en el poder y su búsqueda de replicar el sistema de partido hegemónico tricolor, en el que su líder bienamado se educó políticamente.
Al contrario, PAN, PRI y un PRD en vías de extinción, pavimentaron el camino para que esto sucediera, ya que nunca imaginaron un escenario como el actual, que parece salido de los años setenta del siglo pasado.
¿Exagerado?, ni un poco. Si bien es cierto que se cimentaron avances muy importantes como la paridad, la representatividad, la independencia de los órganos que organizan las elecciones y las califican, nunca se tocó en serio el problema de fondo: el acceso de la sociedad civil al poder por medio de las elecciones.
Como si fuera un coto privado de los partidos se establecieron discretos pero muy claros candados que funcionaban como barreras de contención a externos a los partidos, incluso durante la “transición democrática”.
Recordemos que en 1946 quedó establecido que los partidos políticos serían la única vía legal para aspirar una candidatura y hasta 2018 no entró en vigor la posibilidad de una candidatura presidencial no partidista. Es decir que sin importar el discurso, la clase política partidista manejaba los hilos detrás de cada elección y se volvían tamiz.
También podemos verlo en temas torales, como la fiscalización. Para empezar nunca se le dio al IFE/INE verdaderas capacidades para fiscalizar y castigar a los partidos como hubiera sido necesario, les convenía una autoridad desdentada. Basta recordar la contumaz violación a la veda y la ley del presidente durante los últimos tres años o del PVEM en varias elecciones llamando al voto vía influencers “voluntarios” y la falta de consecuencias reales en ambos casos.
Incluso el arma más popular de los ciudadanos para demostrar su descontento en las urnas, voto en blanco, nulo y abstención, se dejó sin efecto sobre los resultados, provocando una especie de protesta ligth que no corregía de fondo los abusos, ni permitía que el descontento de la sociedad incidiera en los resultados.
Si en una elección los votos blancos o nulos superan la votación efectiva no ocurre nada. Si de 90 millones solo votan 25, no ocurre nada a pesar de la falta de legitimidad y representación que esto significa.
En otros países, donde la sociedad es juez y no comparsa, los votos nulos, la abstención y el voto blanco puede incluso invalidar una elección, además de vetar a los candidatos de esa para participar en comicios futuros. ¿Se imaginan eso en México?
Y esto nos lleva a Alito y Marko, hoy en día.
Los partidos, a lo largo de las últimas décadas, han sido muy cuidadosos de que se pueda intervenir en su vida interna, con lo cual se han conformado cotos de poder al interior de estos institutos políticos que, lejos de ser representativos de la diversidad social, responden a intereses de grupo, restando incentivos ala competencia política a nivel nacional o estatal.
Y anque la supuesta “vida interna” debería ser totalmente pública por lamisma naturaleza de los partidos y su misión, nadie respeta los derechos de su militancia, no digamos de la
sociedad. Recordemos que el mismo argumento usaron Mario Maldonado y Citlali Gracía para enquistarse en sus puestos de dirigencia en MORENA. Así de demócratas todos.
Regresemos la oposición, con la intentona de Cortés de dejar a su delfín, la reelección y pleito con otros liderazgos de su partido de Alito y la cínica desfachatez de ambos de no renunciar ante la debacle a la que contribuyeron el 2 de junio, podemos ver que si no hay una regulación desde la sociedad nunca tendremos partidos democráticos en sus prácticas internas.
Y esto se refleja en su relación con los grupos sociales antes, durante y después de cualquier elección.
México merece más que caudillos que se sienten dioses y fulminan a todos desde un atril matinal pero también merece más que pequeños políticos ratoneros que solo buscan tener fuero y oportunidad de obtener más dinero, sin contacto con las causas que dicen representar. Sin una oposición ética, representativa y valiente, nunca podremos detener el nuevo carro completo guinda.
Recuerden, si los miembros de la sociedad no somos los victimarios de los sistemas autoritarios, nunca seremos nada más que sus víctimas.
@HigueraB
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