La referencia a un periodo de 100 días se inició en alusión a un lapso de la historia francesa, pero su empleo contemporáneo se vincula al comienzo del gobierno de Franklin D. Roosevelt, quien para hacer frente a los graves problemas de la depresión tomó medidas profundas, rápidas y eficaces. Desde entonces constituye un parámetro de lo que se puede esperar de un nuevo gobierno.
Esta especie de prueba ha sido superada con creces por la actual Presidenta Claudia Sheinbaum, quien indudablemente ha desplegado una vigorosa actividad durante estos últimos meses, acerca de cuyos resultados y avances informó el pasado domingo ante un pletórico Zócalo. Su discurso dio cuenta de una serie de hechos concretos, programas con objetivos claros e ideas rectoras del derrotero de su actividad gubernativa. Respecto de estas últimas merecen particular atención las referidas a dos valores sustanciales que el neoliberalismo pretendió devaluar: el nacionalismo y la soberanía.
Desde mediados de los años 80 del siglo pasado la corriente neoliberal, apegada a la idea de una presunta superación del Estado-Nación con motivo del fenómeno llamado globalización, empezó a imbuir la idea de que el vínculo con la Patria constituye un lastre frente a las necesidades de integración mundial y que había que renunciar a sostener la soberanía frente a las realidades de un mundo en el que mantenerla no solo resultaría imposible, sino indeseable porque implicaría un aislamiento que en conjunción con el nacionalismo, nos haría perder “competitividad”, noción a la que adoran a la manera del Becerro de Oro.
Del desván donde pretendieron los neoliberales arrumbar esos valores que identificaban a la Nación mexicana, el anterior gobierno y el actual decidieron extraerlos, desempolvarlos y reponerlos en el sitial de honor de las ideas-fuerza del Humanismo Mexicano como ideología orientadora de un nuevo esquema organizativo del país para el siglo XXI.
La revaloración del carácter nacionalista pasa por la afirmación del orgullo que nos inspiran nuestras civilizaciones originarias; la referencia a la importancia de la Historia Patria; la reafirmación de la autoestima de nuestro pueblo caracterizado por la honradez y la laboriosidad.
Quienes desprecian la narrativa que resalta el valor de la independencia y la soberanía, harían bien en tomar nota de la electrizante respuesta de la gente, en auténtica comunicación con el liderazgo presidencial, en la parte referida a la relación con nuestros vecinos: “siempre tendremos la frente en alto. México es un país libre, independiente y soberano…Nos coordinamos, colaboramos, pero nunca nos subordinamos”.
La consolidación de estos valores va más allá de las palabras y se expresa en hechos como la recuperación de Pemex y CFE como empresas públicas por encima del mercado al que se les quería sujetar; el papel vital de nuestras refinerías; la recuperación del uso de vías férreas; la desprivatización de millones de metros cúbicos de agua; el respaldo a Mexicana como línea área nacional; el impulso a proyectos científicos y tecnológicos propios; la autosuficiencia en frijol; el rechazo a la siembra de maíz transgénico y la producción nacional de semillas; son prometedoras señales de la recuperación del sentido original de nuestro Constitucionalismo para proyectarlo al futuro.
@DEduardoAndrade Investigador de El Colegio de Veracruz y Magistrado en retiro.