La zozobra se define como “inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza, o por el mal que ya se padece.” Esa definición cuadra bien con la Z que etiqueta a la generación inicialmente promotora de la marcha del sábado pasado. Con motivo de ella, de las reacciones que ha causado y de las conversaciones que tuve con alumnos que pertenecen a la misma, también me invadió la zozobra al intentar analizar el fenómeno, pues representa una encrucijada de líneas divergentes y conflictos de distinto orden arraigados en problemas que realmente afligen a la sociedad.
Una primera complicación es la naturaleza del concepto generación aplicado a ciertos rangos de edad, ya que carece de base científica y proviene de consideraciones socioeconómicas y culturales no bien definidas. Esa manera de encasillar a la gente escamotea el conflicto entre clases sociales por la acentuación de la desigualdad que provoca las principales inconformidades. Aparece pues una contradicción: el agrupamiento generacional es artificial, sin embargo, hay situaciones compartidas por los jóvenes que pueden identificarse a nivel planetario a través de las redes sociales. Efectivamente existe una sensación de inquietud juvenil frente al futuro, pero esta no puede disociarse totalmente de la desigualdad propiciada por la voracidad económica y una tecnología que cierra espacios laborales.
En ese escenario multifacético se cruza un dato cultural relevante: el haber criado una generación caracterizada por la exigencia de sus derechos, pero poco comprometida con el cumplimiento de obligaciones. El tema de los derechos humanos se volvió un universo en expansión, les inculcamos que tienen derecho a todo pero no les exigimos sus deberes. Les prometimos la realización de sus “sueños” pero no la vinculamos a la disciplina requerida para lograrlos. Llegaron mal preparados para enfrentar la dura realidad de la vida en las condiciones actuales. Si no los reprueban en la escuela, la vida se encargará de hacerlo. Lo curioso y contradictorio es que realmente la presencia juvenil en la marcha fue raquítica.
Pero sí existen motivos para la protesta. La inseguridad frente al crimen organizado, la extorsión y los vínculos que a nivel local la gente aprecia entre la delincuencia y la política son un caldo de cultivo propicio. El panorama se distorsiona por el uso truculento de esa insatisfacción por opositores al gobierno que disfrazados de apartidismo pretenden transformarla en consignas contra la Presidenta.
El esfuerzo del gobierno se siente insuficiente. El Estado no cumple a plenitud su función primordial de brindar seguridad. La violencia creciente desatada en varias manifestaciones es una muestra. Ciertamente, el gobierno no debe caer en la provocación, pero tampoco en la inacción frente a ella. Es inevitable la aplicación de la fuerza legítima del Estado para hacer frente a la delincuencia. Si no se quiere reprimir, llamémosle contener, porque de eso se trata, de contener la violencia en sus distintas manifestaciones. Es inaceptable que resulten heridos los policías. La fuerza pública necesita sentirse apoyada, a riesgo de que se revierta su posición.
Estas reflexiones contrapuestas, obligan a gobernantes y gobernados a examinar serenamente las distintas facetas del fenómeno sin dejarnos arrastrar por la zozobra.
Investigador de El Colegio de Veracruz y Magistrado en retiro.
@DEduardoAndrade

