La espectacular concentración del domingo pasado en el Zócalo tuvo varios objetivos que justifican estos actos, descalificados por los opositores como demagógicos porque desprecian el contacto directo con las masas, pese a que ya tuvieron un intento con la llamada “Marea Rosa”. Su problema es no percatarse de que la respuesta de quienes solo comparten un sentimiento opositor se esfuma una vez que concluye la manifestación, es como un cohete que estalla con resplandores llamativos y enseguida se extingue. Muy distinta es la concentración producto de una movilización orgánica que alimenta la llama de una comunicación permanente.

Este objetivo inicial se logró con creces, consolidando un liderazgo que la Presidenta ha edificado en torno a su propia personalidad. Un análisis politológico desapasionado y objetivo  tendría que registrar por lo menos tres rasgos novedosos en el discurso, además de la importancia de la cooperación en materia económica y de seguridad, del valor del respeto recíproco en la relación bilateral y de la natural defensa de la soberanía, cuya reiteración siempre es política y anímicamente necesaria.

El primero de esos aspectos es el grado de comunión alcanzado por la Presidenta con quienes asistieron para apoyar su gestión, al conseguir a la manera de un artífice del espectáculo, inducir un coro que completara las consignas de “primero los pobres” y “no puede haber gobierno rico… ¡con pueblo pobre!” aclamó la multitud. El dato no es menor porque revela el logro de una especial conexión con el pueblo que se identifica y comparte esos posicionamientos políticos y manda un mensaje de respaldo popular que debe ser registrado como un factor a considerar por los analistas del Departamento de Estado norteamericano.

Otro señalamiento que no puede pasar desapercibido fue la referencia a que no hemos olvidado el cercenamiento de la mitad de nuestro territorio —zarpazo dijo la Presidenta— tema que ninguno de los presidentes neoliberales se atrevía a mencionar. En el caso del discurso dominical, Claudia Sheinbaum lo equilibró diplomáticamente con menciones a diversos momentos en los que la relación ha fluido positivamente.

La parte de la alocución que mostró un giro especialmente agudo fue el planteamiento relativo a que México comprende la gravedad de la tragedia que sufre el pueblo estadounidense víctima de una epidemia de adicciones propiciada por la laxitud de la autoridad frente a las grandes corporaciones farmacéuticas que inundaron de opioides a una sociedad ávida de tranquilizantes artificiales. Dirigiéndose directamente al pueblo estadounidense le dio la seguridad de que estamos resueltos a ayudarles por razones humanitarias para que no llegue el fentanilo a sus jóvenes. Mantiene así una línea que deslinda nuestras acciones internas de combate a los cárteles, de cualquier interpretación interesada que pretenda atribuirlas a presiones externas.

Reconfortante fue que al razonado optimismo frente al retiro de la amenaza de los aranceles, se sumara la reiteración de la búsqueda de nuestra autosuficiencia alimentaria y energética y el fortalecimiento del mercado interno que reduzca nuestra dependencia de la relación comercial.

Apoyo popular, informe de resultados positivos y reiteración de políticas nacionalistas son datos dignos de reconocimiento.

Investigador de El Colegio de Veracruz y Magistrado en retiro. @DEduardoAndrade

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