Contra la política de abrazos y no balazos, lo que vino a pacificar a Aguililla, Michoacán, en estos días ha sido la entrada del Ejército mexicano. Los exhortos a la buena conducta de los criminales en esta ocasión no rindieron el resultado esperado, pues ante grupos armados, si bien sí puede haber una reacción social, también tiene que haber una respuesta con la fuerza del Estado, de lo contrario, de no intervenir, se cede soberanía y se genera ingobernabilidad.
Hoy el paisaje que contemplan los michoacanos de la parte norte del estado es uno con vehículos artillados y camiones blindados, pero por lo menos esto les devuelve la confianza para retomar sus vidas y actividades, aunque no es para menos considerando que se trata de la tierra natal de Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, el líder del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Restaurar la vida, la paz y las actividades económicas en esta parte de la región de Tierra Caliente es una tarea que se adivina no será fácil y que lleva a preguntarse a los habitantes cuánto podrá perdurar la vigilancia por parte de los federales y el temor de un nuevo retorno de la confrontación entre cárteles por el control de sus actividades económicas, principalmente agrícolas y de ganadería, así como por el desplazamiento de los campesinos de sus tierras de cultivo para dedicarlas al plantío de enervantes.
Los habitantes de Aguililla y poblaciones cercanas mantienen el temor de que cuando las fuerzas gubernamentales se retiren, se den choques todavía más intensos entre el CJNG y los Cárteles Unidos u otras agrupaciones locales, restaurando el ambiente de terror en el que se han mantenido los michoacanos en los últimos dos o tres años y que ha llevado a cientos, tal vez miles de ellos, a emigrar fuera del estado en busca de tranquilidad, sin importar lo que tengan que dejar atrás.
Como contraste, en Guerrero la población, seguramente amedrentada por las bandas de la delincuencia, expulsaron a efectivos militares y de la Guardia Nacional, asegurándoles que no necesitaban su presencia, que no deseaban la militarización de la zona y afirmando que ahí no había inseguridad. Lo mismo ocurrió el año pasado en poblaciones michoacanas, en las que incluso hubo asalto a cuarteles de las fuerzas federales e inutilización de caminos, vehículos y helipuertos por parte de los pobladores, que demandaron la salida de soldados y policías, y optaban por el esquema de autodefensa.
Ante el temor de confrontaciones con la población civil, es que tampoco puede haber una rendición del Estado y de su obligación de hacerse presente.