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México tiene regiones de alta sismicidad. Sus habitantes, especialmente los de la capital del país, se han acostumbrado a convivir con frecuentes movimientos de tierra. En escuelas y oficinas se realizan simulacros de terremoto, y hay brigadas de protección civil. Cuando ocurren temblores con daños graves, la ciudadanía es la primera en tender la mano a quien lo necesite.
Quienes parecen no estar a la altura de la situación son las autoridades. Hoy se cumplen dos años del sismo que afectó mayormente a la Ciudad de México, Morelos y Puebla... y la cantidad de inmuebles sin reparar es enorme.
Datos de la Secretaría de Educación Pública refieren que aún se realizan trabajos de reconstrucción en 19 mil 198 escuelas afectadas por los sismos de 2017, en 11 estados. Es probable que pase un año más sin que se pueda anunciar el fin de la rehabilitación de los planteles, pues en el Presupuesto de Egresos para 2020 el gobierno federal propone asignar 9 millones de pesos para la reconstrucción de 9 mil escuelas que aún no reciben atención; en promedio, cada una recibiría solo mil pesos de ayuda. Información del Instituto Nacional de Infraestructura Física Educativa (Inifed) publicada por EL UNIVERSAL a principios de mes señala que se requieren cuando menos mil 300 millones de pesos.
En la Ciudad de México hay 239 edificios dañados que a dos años de los sismos aún no reciben atención. En la misma situación se encuentran más de 8 mil viviendas unifamiliares.
En la capital también resultaron afectados 197 inmuebles históricos, de los cuales solo seis han sido totalmente rehabilitados. La razón principal: al inicio fue la Dirección de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura la responsable de las obras, pero no tenía la figura legal, jurídica y administrativa ni ante la aseguradora ni ante el Fondo Nacional de Desastres Naturales; 10 meses después del terremoto se tomó la decisión “tardía” de que el INAH tomara el control.
Inmuebles históricos y miles de damnificados tuvieron la mala fortuna de que se atravesara un fin de gobierno y, peor, que llegara al poder un partido diferente. La indiferencia y poco interés de los que se iban se conjugó con la lentitud lógica de los que llegan para comenzar a tomar acciones de gobierno. La burocracia marcha a paso lento. ¿Cuánto más tendrá que esperar quienes lo perdieron todo?