En vísperas de que inicie el próximo 31 de octubre la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático COP26, llama la atención el desaire dado por nuestra nación a este encuentro que se celebrará en Glasgow, Escocia, en el Reino Unido.

Y es que mientras México celebra unos acuerdos que ha logrado la 4T —como la renegociación del TMEC— y por el otro es indiferente a los compromisos adquiridos en gestiones pasadas, como la firma de los Acuerdos de París, debería recordarse que el tratado comercial del que presume contiene un capítulo ambiental en el que se mencionan represalias comerciales en caso de que se violen cláusulas en favor del medio ambiente, que redundarían en un eventual impuesto o aranceles especiales a productos de exportación provenientes de naciones “no descarbonizadas”, tanto por parte de Estados Unidos como de la Unión Europea, principales destinatarios de las exportaciones mexicanas.

Pero más allá de eso, lo que México no está considerando es que con las políticas que está adoptando de corte decididamente antiambiental y con su alejamiento de la apuesta mundial por las políticas verdes, lo que hace es minar el atractivo que México pudiera tener como un destino para la inversión extranjera.

A partir de 2018, nuestro país ha reducido el presupuesto destinado al rubro del cuidado medioambiental y decidió, entre la desaparición de otros fideicomisos, la extinción del Fondo para el Cambio Climático, a la vez que ha sido omiso en la supervisión a la actividad industrial que se efectúa en el territorio nacional, desde el punto de vista del cuidado del ambiente.

México, incluido entre las naciones que más contribuyen con gases de efecto invernadero, debe tener visión largoplacista y con un horizonte en donde esté contemplado el cambio climático, ya que a lo largo de este año ha comenzado a evidenciarse la alta vulnerabilidad de nuestro país ante los primeros efectos del giro climático que se han presentado en forma de sequías seguidas de inundaciones, huracanes, deslaves, incendios forestales, pérdida de cosechas y especies animales, y afectaciones con costos millonarios a construcciones e infraestructura, sin dejar de lado el impacto más grave de todos: la pérdida de vidas humanas.

Lejos de desaires, México debe recapacitar y adherirse a los llamados a evitar el cambio climático y apostar por las energías limpias. El futuro del país entero va de por medio.