Desde su creación en 1964, la Comisión Nacional de Búsqueda lleva el registro de más de 94 mil mexicanos desaparecidos, la mayor parte de ellos en la última década y con un promedio actual de nueve personas de las que cada día no vuelve a tenerse noticias de ellas.
Este diario presenta hoy la historia de varios padres de familia que han pasado por el viacrucis no solo de no encontrar a un familiar, sino de tener que irlo reconstruyendo parte por parte. Es el caso de Guadalupe Ayala, madre jalisciense que en la búsqueda del cuerpo de su hijo Alfredo se vio obligada a armar poco a poco un rompecabezas humano de 14 partes en las que fue desmembrado en un acto de suprema crueldad.
Su testimonio revela los extremos a los que están llegando las madres, viudas y hermanas de desaparecidos para contar con algún indicio o noticia de su familiar, llegando al punto de ya no buscar culpables o justicia, sino simplemente el cuerpo de su ser querido, así sea en múltiples partes.
Como la entrevistada y al igual que a ella, a decenas de madres la necesidad las hizo expertas de algo que normalmente no deberían haber experimentado jamás: la investigación forense y la identificación de cadáveres, en donde su última esperanza la constituye el enfrentarse a segmentos humanos resguardados sin identificar y extraídos de fosas clandestinas que han sido detectadas paulatinamente.
Si tener que armar el rompecabezas de un cuerpo es ya de sí un viacrucis doloroso, también lo es la huella psicológica que les deja cada hallazgo, tanto si resulta una falsa esperanza, como aquellos que resultan certeros y que llevan a tratar de reconstruir en la mente por lo que habrá pasado la víctima y de tratar de entender la mentalidad de quien la desmembró.
El drama de los desaparecidos se agrava cuando los deudos no solo deben indagar por cuerpos sino deben lidiar con la identificación de restos, porciones, huesos y otros fragmentos, pero esta persistencia les permitió conocer y apoyarse con otros padres y colegas del mismo dolor, con quienes establecen una fraternidad y forman colectivos en que la búsqueda del otro se vuelve también la propia.
¿En cuántos países del mundo habrá mujeres que como en México ya se han resignado a la muerte de sus hijos pero mantienen la esperanza de encontrar sus restos para darles un fin digno? ¿podrá algún día el Estado acabar de una vez con este terrible problema que en vez de disminuir parece crecer más y más sin control o freno alguno?