Poner cadáveres frente al Palacio de Gobierno de Zacatecas es un reto descarado contra el Estado mexicano y un mensaje de intimidación a las autoridades y sus fuerzas de seguridad, tal como lo fue el Culiacanazo de 2019 (en el que los militares se vieron obligados a soltar a Ovidio, el hijo del Chapo Guzmán, para evitar un derramamiento de sangre en Sinaloa), o en 2020 en la Ciudad de México el atentado contra el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, por solo citar dos de los casos más relevantes acontecidos en lo que va de este sexenio.

Pero ahora el mensaje que se manda al poner cadáveres a un costado del árbol de navidad instalado en la plaza principal de la capital del estado, como si se tratara de un macabro regalo de Día de Reyes, es una afrenta no solo al gobernador David Monreal, sino a los zacatecanos y en sí a todos los mexicanos, que ni siquiera al amparo de sus autoridades pueden sentirse seguros.

Y no es nada pertinente por parte del gobernador Monreal hablar de una “herencia maldita” y responsabilizar solamente a las políticas del pasado por la violencia que se registra en el presente no solo en Zacatecas, sino en buena parte del territorio nacional.

Si bien es atribuible a este disparo en actividades violentas a las disputas entre organizaciones criminales por conquistar posiciones para realizar sin obstáculos sus ilícitos y a la reacción del gobierno para no perder el control sobre el territorio nacional ni permitir más fuerzas armadas que las suyas, sin duda el aumento progresivo de los actos desafiantes por parte de la delincuencia organizada puede explicarse en la corrupción que permitió que el problema se incubara desde varios años atrás.

Y aunque el gobierno zacatecano actual insista en que actos como el de ayer frente al Palacio de Gobierno son solo la respuesta desesperada de una efectiva lucha contra el narcotráfico e importantes golpes dados por las autoridades a la estructura criminal con detenciones de sus líderes, la afrenta está ahí y atemoriza a la población zacatecana que constata la incursión y el descaro criminal que actúa a los pies de su máxima institución estatal.

Acorralar y doblegar al gobierno con múltiples artimañas, entre las cuales sin duda la peor es la de lanzar a la población civil en multitud a enfrentar a las fuerzas armadas para evitar su acción, son no solo el resultado palpable de años de corrupción pasada, sino también de la indiferencia presente para contener este grave problema.