Un viraje drástico en su curso de acción es el que la paraestatal Petróleos Mexicanos deberá dar para remontar la agresiva ola generada por la conjunción de dos fuerzas externas que han venido a azotar su ya de por sí debilitada situación: por un lado la de la guerra y desplome de los precios del petróleo desatados por Rusia y Arabia Saudita, y por otro el impacto de la pandemia de coronavirus en el mercado mundial, que ha llevado a una drástica reducción en la demanda de combustibles y otros derivados del hidrocarburo.

Y es que pese a los esfuerzos y negociaciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para estabilizar los precios a través de un recorte acordado de manera global en la extracción y producción de barriles de crudo, no se espera una rápida recuperación en el costo por barril, sino más bien un muy lento incremento complicado a su vez por la contracción de la actividad económica mundial derivada de la suspensión de la mayor parte de las labores productivas.

Lo anterior se traduce en una espera más prolongada para Pemex y de una ralentización en cualquier intento que emprenda por estabilizar sus finanzas, como lo prevé el propio Consejo de Administración de la petrolera en su Informe Anual 2019, en el que alerta por una muy probable posposición de hasta por dos años más para poder retomar sus planes de recuperación y crecimiento, ante un casi seguro menor flujo de ingresos que hará inviable cualquier proyecto de inversión, por lo menos en el corto plazo.

Es así que Pemex se ve forzada a replantear la estrategia que se había planteado para este sexenio y a tomar medidas drásticas impensables hasta todavía el año pasado, como el cierre de pozos o el recorte en su producción, toda vez que no espera la asignación de fondos públicos para apoyar su operación, recursos que comprende son demandados por otras áreas gubernamentales para contener la crisis sanitaria y económica que agobia al planeta entero.

El caso de la paraestatal es ya, en este punto, dramático. Las pérdidas reportadas en el primer semestre, por más de 562 mil millones de pesos, superan lo que esa empresa tenía proyectado como gasto operativo para 2020 y casi alcanzan la cantidad del presupuesto que el presidente López Obrador pretendía manejar sin aval del Congreso. Una cifra descomunal que se está perdiendo y que, cabe recordar, no es pérdida para el gobierno, pues Pemex la pagamos todos a través de nuestros impuestos. Ha llegado la hora de considerar si vale la pena seguir sosteniendo lo que se ha convertido ya en un hoyo sin fondo.

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