Antier el columnista Luis Enrique Ramírez se convirtió en el noveno periodista en ser asesinado en México, en lo que va de 2022, y el número 34 en lo que va del presente sexenio. Reportero y comunicador, Ramírez era también columnista del diario El Debate, de Culiacán, ciudad de la que tuvo que salir hace poco más de una década por amenazas que también en su momento tuvo que denunciar.
La muerte de Ramírez solo lleva a confirmar el reporte elaborado hace unos meses por el Parlamento Europeo, en el que se indicaba que México sería el país más peligroso para el periodismo, sin estar con una guerra de por medio.
Las hostilidades que en los últimos años se han cebado contra quienes ejercen el oficio de informar y formar opinión, y que llevaron a la creación de un mecanismo de protección a periodistas —que para Ramírez no sirvió para garantizar su vida, misma que supo en riesgo desde varios años atrás—, dejan ver una vez más que la palabra puede causar tanta o más incomodidad que las leyes y las armas destinadas a combatir los delitos y las malas acciones y abusos de la gente con poder económico, político o de cualquier tipo.
A solo unos cuantos días de que celebrara el Día Mundial de la Libertad de Prensa, resulta una burla y una ironía que los periodistas mexicanos vuelvan a estar de luto por la desaparición física de uno de sus compañeros, y que el mensaje de impunidad que se manda con este homicidio, parezca confirmar el poco valor que en apariencia pueda tener la vida de un trabajador de la palabra, que hacía de la verdad la materia prima de sus escritos, reportajes y columnas.
Es necesario que no solo México, sino el mundo entero, vuelva a oír el clamor de justicia no solo por las muertes en este año de José Luis Gamboa, Margarito Martínez, Lourdes Maldonado, Roberto Toledo, Jorge Luis Camero, Heber López, Juan Carlos Muñiz y Armando Linares, sino ahora también la de Luis Enrique Ramírez, quienes todos con valentía y entrega defendieron al costo de sus vidas su derecho a difundir la verdad desde sus respectivas trincheras.
Que México no sea de nuevo la confirmación de ser el país más letal del mundo para ejercer el periodismo ni que nuestra tierra se convierta en una gran tumba de la verdad. No lo merecen ellos, no lo merece tampoco la nación.