Asesinado la madrugada de este viernes en Puerto Vallarta, aprovechando un instante de descuido por parte de su equipo de seguridad, el asesinato del exgobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval Díaz, representa un nuevo paso en la escalada del crimen en México, que se da en uno de los estados con mayor presencia de narcotráfico y precisamente uno de los que más rebeldía han manifestado al poder Ejecutivo y que han cuestionado al pacto federal.
Sandoval se presentaba como uno de los miembros más visibles del denominado nuevo PRI, destacando su empuje y carisma, grupo que se presentaba como una generación joven, decidida a cambiar al país y que al final de su gestión no pudieron cambiar nada. Incluso llegó a reprocharle a su partido los lazos que lo mantenían atado al pasado, apostando siempre en su discurso por la renovación de esa fuerza política tanto en sus cuadros como en sus fundamentos ideológicos, actitud que le llevó a romper la racha de gobiernos panistas que se habían consolidado en su natal Guadalajara, ganando la presidencia municipal de la capital tapatía en 2009 y más tarde arrebatándole el triunfo al panista Enrique Alfaro en la gubernatura del estado, en 2012.
Sin embargo, los ideales que manifestaba no se reflejaron en su ejercicio en el poder estatal, pues sólo consiguieron alimentar más la corrupción y permitir el crecimiento del poder criminal, el mismo que ahora le cobró la vida por una circunstancia aún no precisada del todo.
Independientemente del grupo criminal que esté detrás del asesinato y si se trató de una venganza o no, éste se convierte en una nueva afrenta al Estado mexicano, y el ataque se convierte en una continuación a los atentados retadores contra magistrados y el del secretario de Seguridad de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, en junio pasado.
Llama la atención que el gobierno federal, en voz del presidente Andrés Manuel López Obrador, se deslindara de investigar el crimen, deslizando esa responsabilidad hacia el gobierno de Jalisco, aun cuando ofreció el envío de elementos del Ejército y la Guardia Nacional.
Está visto que la estrategia de abrazos no ha funcionado, ni tampoco la de apelar al regaño de las madres de los sicarios, por lo que en la zona de influencia del cártel del Mencho, más vale tomar el reto de la delincuencia con mayor seriedad e implementar un plan de ataque bien razonado para que actos criminales de desafío al Estado no se repitan ni se extiendan contra la población civil.