La declinación del historiador Pedro Salmerón a la postulación que le hizo el presidente López Obrador para ocupar el cargo de embajador de México en Panamá, cierra uno de los episodios más significativos en la historia reciente de las relaciones diplomáticas de nuestra nación.
Y es que el nombramiento del académico, envuelto en un escándalo de acoso sexual denunciado por alumnas del ITAM, no recibió el beneplácito de la cancillería panameña, requisito indispensable para formalizar su titularidad como embajador.
Si bien no es la primera vez que un embajador propuesto por México no recibe el beneplácito del país al que se le ha destinado, sí es el primero en que su caso escaló a un nivel que llegó al conocimiento público y detonó una crisis.
Lo anterior lleva a hacer una necesaria reconsideración del servicio exterior mexicano (SEM), pues da la impresión de que para cargos diplomáticos se designa solo a políticos o personas alejadas de las relaciones internacionales, a veces solo con el único objetivo de premiar por un favor político o para dar salida a gobernadores, secretarios o personalidades afines al gobierno que se han visto envueltos en polémicas.
El SEM es un servicio profesional de carrera, para formar la representación diplomática de México en el escenario internacional, un cargo que requiere de gran preparación que pasa por rigurosos filtros, y que por ello —y por lo que implica para el país—, otorgaba un gran prestigio para quien formaba parte de él.
Aunque el Presidente de la República tiene la facultad de nombrar embajadores que no sean necesariamente diplomáticos de carrera, tradicionalmente se procuraba que estas nominaciones no excedieran de más de una tercera parte de las asignaciones en el servicio exterior, además de que se buscaba que la persona en cuestión mantuviera un historial de trabajo limpio, honor personal y con un bagaje que pudiera aportar valor al cargo que se le encomendaba en el exterior.
Pero las personas que han dedicado su vida a estar ahí, a veces con una trayectoria de hasta 20 años, son ahora hechas a un lado para darle su lugar a personajes que tal vez sean destacados en su campo de acción, pero que no tienen carrera diplomática ni experiencia previa en las relaciones con otros países y que pueden echar por la borda un trabajo de décadas.
Ya lo ha advertido en estas páginas el internacionalista y diplomático de carrera Enrique Berruga: “Es un riesgo innecesario para México poner la política exterior en manos inexpertas”.