El Presidente acaba de inaugurar un ejercicio de complemento a sus conferencias mañaneras denominado “Quién es Quién en las Mentiras”, en el cual pretende exhibir a los periodistas que a su parecer den información que no corresponde con los objetivos de su plan de gobierno y que podrían —por mala fe, según su decir— enemistarlo con sus gobernados o descarrilar su proyecto de transformación.
Emprende así un ejercicio más para denostar a un sector que ha elegido como blanco favorito, en lugar de enfocarse a los graves problemas del país. Desde el inicio de su gobierno la constante ha sido acusar a periodistas de ser beneficiarios de regímenes pasados, aunque no ha presentado los documentos que respalden tales aseveraciones.
El asedio ha sido sistemático contra la mayoría de los comunicadores que cuestionan sus decisiones o señalan sus desaciertos. Esta intimidación incluye descalificaciones y estigmatizaciones lanzadas en su contra, a la par de que se ejerce intimidación fiscal contra ellos.
El Presidente, que se dice humanista y con puertas abiertas al pueblo, no duda en indicar que en su país opera “la prensa más lamentable en mucho tiempo”, y en calificar a críticos y periodistas como entes que “callaron como momias” en los gobiernos pasados o como animales a los cuales él les quitó el bozal que portaron por muchos años.
Aunque el amedrentamiento a la prensa desde el poder no es nuevo (gobiernos de este siglo y del anterior también han ejercido intimidaciones y amenazas, además de agresiones indirectas como cortar el suministro de papel o la cancelación de contratos de publicidad), hoy desde la Presidencia se quiere desmentir a la prensa que no le es favorable, pero sin dar argumentos ni presentar pruebas o investigaciones, que apoyen las supuestas mentiras que se dirigen en su contra.
Con la exhibición pública de los informadores lo que se obtiene es un linchamiento público, en el que la Presidencia se erige como juez absoluto, omnisciente e inapelable, que decide quién miente y quién dice la verdad, sin sustentar sus aseveraciones.
Nadie desea una prensa sea intocable, pues errores, imprecisiones, malentendidos y tergiversaciones deben señalarse y emplear recursos legales como el derecho de réplica para combatir cualquier mal uso de la libertad de expresión, pero intentar acallar a quien piensa distinto, es —en el fondo— intentar borrar los cimientos de una sociedad democrática.