El presidente insiste en que en economía lo que importa no es el crecimiento, sino el desarrollo, y mientras al primero lo definió como la sola creación de riqueza, el segundo sería la distribución de ésta entre la población, objetivo que a su ver está comenzando a cumplirse y traducirse en bienestar para sus gobernados.
Y es que en esta visión, el crecimiento sería tan solo una reacción de carácter deshumanizado de la suma de actividades productivas y de servicios de una sociedad en su conjunto en el que si bien se genera riqueza, ésta no permea a la población que ha participado de su creación y por el contrario se concentra en unos cuantos, creando un círculo disparejo del que no es posible extraer desarrollo que permita mejorar la condición y calidad de vida de la mitad de los mexicanos que viven bajo niveles de pobreza y pobreza extrema.
En este sentido, nuevamente las estadísticas vuelven a hacer pasar de panzazo a nuestro país al referir que un débil repunte en las cifras del Producto Interno Bruto (PIB) en el último trimestre lo salvó de caer en recesión técnica, aunque en los hechos se le considere un estancamiento de la economía en la primera mitad de 2019.
No obstante y como nota optimista, Banxico dio a conocer que en el mismo segundo trimestre el balance hacia el exterior reportó un índice superavitario como no se había registrado desde 2012, por el cual entró más dinero al país del que salió, sumando una cifra superior a los 5 mil millones de dólares, que representan 1.6% del PIB. Es decir, que por vez primera en siete años las exportaciones superaron a las importaciones mexicanas, lo cual es todavía más meritorio considerando el clima de amenaza de recesión que se percibe en la economía global.
Es de aplaudir que el presidente comience a reconocer que no será únicamente con el combate a la corrupción y la aplicación a rajatabla de políticas de austeridad que México podrá salir de la crisis en la que ha estado sumido durante décadas, y que, por el contrario, es necesario poner atención a lo que ocurre con todos los sectores económicos de la nación, así como recuperar la inversión como motor de la economía y fomentar el consumo, pues de lo contrario, la carencia de recursos instrumentada desde el gobierno mismo, aunada a las malas decisiones en materia de inversión y grandes obras, podría resultar aún peor que la dilapidación y desvío en el gasto público que caracterizó a administraciones anteriores. Ahora, crecimiento y desarrollo se articulan como ingredientes necesarios para una prosperidad compartida que alcance a todos los mexicanos.