Es una realidad que la pandemia de Covid-19 vino a cambiar y reconfigurar muchas de las formas de realizar el trabajo en el mundo. Mientras para algunos se les reveló la posibilidad de ya no estar confinado a un espacio laboral físico y el poder emplearse desde casa o cualquier lugar en donde se cuente con una conexión de banda ancha; para otros significó la pérdida de su empleo o el cierre de establecimientos que requerían de la presencia física de clientes.
Con la opción, especialmente para los oficinistas, de hacer sus labores desde su casa, llegó una liberación de la necesidad de trasladarse a los centros de trabajo, pero también trastocó sus vidas al convertirlos en empleados disponibles las 24 horas, lo que para muchos, lejos de ser una liberación en el tiempo dedicado a la jornada laboral, les incrementó cargas de trabajo y amplió sus horarios ahí donde los había muy definidos antes del arribo del coronavirus, cuando todo estaba configurado en modalidades más convencionales en la relación laboral.
Por eso es que se dice que, para algunos, la pandemia trajo consigo nuevas formas de explotación laboral o el recrudecimiento de los abusos donde ya los había. Todo esto incentivado por la pérdida masiva de fuentes tradicionales de empleo y los recortes generados por la crisis económica motivada por la contingencia sanitaria, que hizo necesario redistribuir las funciones y cargas de trabajo entre el personal sobreviviente, con el consiguiente deterioro en su capacidad y desempeño.
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) revela que en América Latina hasta unos dos millones de personas son objeto de esclavitud laboral, que consiste en trabajos forzosos o en disponibilidad permanente a los requerimientos del patrón en cuestión, con la consiguiente desaparición de los límites entre las esferas personal y laboral, y un mayor estrés que se traduce en una menor productividad y competencia.
Es necesario que se analicen y regulen estas nuevas dinámicas de trabajo emergidas tras la irrupción de la pandemia, la misma que inicialmente hizo obligatorio el confinamiento en los hogares, pues ha alterado los ciclos de vida entre el ámbito familiar y el laboral, por lo que urge redefinir las nuevas reglas que permitan devolver a los trabajadores el control de sus vidas.