El desplome de 8.5% en el Producto Interno Bruto nacional, reportada por el Inegi en su última proyección, es una caída sin precedentes, no vista desde el impacto que causó en nuestro país la Gran Depresión de 1932, cuando se registró un desplome de casi el 15% y que pudo recuperarse en la década de los 40 en parte gracias a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, que abrió muchos mercados que la potencia americana dejó de atender para concentrarse en su participación bélica, mercados que tocó a México subsanar y que le permitieron alcanzar niveles de prosperidad que durarían poco más de una década y que llevaron a hablar en su momento del milagro mexicano.

Ni siquiera una de las crisis mexicanas recientes que se recuerden, como la de aquella famosa del Efecto Tequila, de 1995, registrada tras el “error de diciembre” de 1994, que costó una contracción de 6.2%, se acerca a este desplome que no solo está motivado por la pandemia y la necesaria reducción de la actividad económica que impone, sino por la pérdida de confianza entre los mercados y los inversionistas extranjeros hacia nuestra nación, por la animadversión que ha mostrado el actual gobierno hacia lo que se considera los exponentes del capital internacional y su régimen económico que se ve como contrario a sus postulados.

Si bien se reconoce que aun y con el embate de la pandemia ha habido señales de una recuperación gradual, tardará todavía gran tiempo recuperar los niveles de crecimiento que, aunque bajos, todavía hasta la anterior administración se reportaron antes de caer por debajo de los niveles cero de los últimos dos años.

Todo lo que dejó de producir divisas al país en esta crisis es apabullante. Para tener una perspectiva, cada punto porcentual perdido del PIB equivale a 288 mil millones del pesos que se dejan de percibir, y en donde cada punto menos se traduce también en la pérdida de 275 mil empleos, por lo que la caída costaría en conjunto la desaparición de un millón 750 mil puestos de trabajo.

Es una necesidad, sí, el recuperar los índices positivos de crecimiento pero no a costa de la salud y las vidas de los mexicanos. La apuesta es recuperar paulatinamente las actividades productivas, la industria de los servicios y el comercio bajo las medidas sanitarias de mayor precaución. Asimismo, el gobierno debe poner de su parte y en la medida de sus posibilidades, en lo interno dar atención a todas las empresas y sectores productivos de cualquier tamaño (grandes, pequeños y micros) para incentivar lo más rápido su recuperación, y al exterior enviar las señales necesarias para atraer la mayor cantidad de inversiones que consigan apuntalar el despegue de la economía nacional.

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