Lo contemplado por el mundo desde antier es un pésimo precedente para la construcción de la paz que se venía dando luego del fin de la guerra fría en los años 90.
Más que un conflicto en pos de una causa —se argumenta como razón la defensa y protección a los estados independentistas en Ucrania—, se intuye que se trata de un ejercicio de exhibición de fuerza que también busca tantear las posibles reacciones de Europa y de las otras potencias, a la vez de un gran reto al equilibrio de poderes geopolíticos.
Es obvio que esta es una incursión por razones fabricadas, no legítimas, y la impresión es que en el conflicto se terminó la diplomacia y el tacto político, lo que da paso a una etapa de descaro y desafío a Occidente por parte de la más grande potencia de Eurasia.
Retar así a la OTAN, forzando su posible ingreso a la arena de lucha, montándose en un conflicto aparentemente de nacionalismos y reclamos independentistas, plantea muchas más preguntas que respuestas. ¿Qué tanto la invasión a Ucrania es solo campo de ensayo para avances de Rusia sobre otras naciones en su esfera inmediata? ¿Qué precedente establece la actuación rusa para que otras potencias mundiales se sientan con el mismo derecho a procurar el beneficio de sus intereses por encima del derecho de millones a vivir en paz?
Se trata de un ataque a un país democrático, que busca su reconocimiento como nación independiente y con la madurez y el derecho a decidir su propio destino y con quién establecer alianzas. Ninguna invasión de un país a otro y por más que se alegue un carácter defensivo, está justificada, como tampoco lo estuvo cuando Estados Unidos invadió Irak en 2003 bajo el argumento de que esa nación hacía acopio de armamento de destrucción masiva, lo cual nunca pudo comprobarse.
Para México, la prioridad no es condenar el suceso ni mucho menos exigir una respuesta bélica por parte de Occidente, sino ante todo procurar la salida de los 225 mexicanos que se encuentran en Ucrania, y facilitar su retorno o su desplazamiento a otro país que ellos elijan.
México debe pugnar por no sepultar la posibilidad del diálogo entre las partes en choque, aunque en lo inmediato la prudencia es la respuesta más adecuada, en la que la aplicación de sanciones y medidas económicas y comerciales podría hacer recapacitar al gobierno de Moscú y hasta motivar su marcha atrás, pues no hay que dejar de lado que movimientos como los emprendidos contra Ucrania conllevan un altísimo costo financiero, amén del político y diplomático, en momentos en que la pandemia de Covid-19 ha dejado estragos en todas las economías del mundo, donde la rusa no es la excepción.